Fe y billetera
ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
Los que de alguna forma se alegran por los escandalosos casos de corrupción del espíritu de prominentes personajes de la jerarquía católica deberían moderarse. Porque más allá de los curas pederastas, de los obispos contra natura y los financistas malévolos está el sostenimiento de la condición humana y que tiene en la religión –sea de la iglesia que sea- un ingrediente fundamental para su vigencia.
Hay quienes sostienen –como Mario Vargas Llosa- que la “paulatina declinación del número de fieles de la Iglesia Católica, en vez de ser un síntoma de su inevitable ruina y extinción es, más bien, fermento de la vitalidad y energía”. Es decir, por más integrantes mafiosos –en el sentido más amplio del término- que tengan las instituciones, se debe propiciar su sostenimiento porque sociedades democráticas no podrían combatir sus propios males sino están “firmemente respaldadas por valores éticos” y tiene que florecer una rica vida espiritual en su seno como un antídoto a las “fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que suelen guiar la conducta humana”.
El caso de Herr Ratt Singer, sucesor de Karol Wotila para mayores señas, no es más que la jerarquización de una cúpula que para mantenerse puede (tiene) que apelar muchas veces al asesinato. Lo que hizo Ratzinger como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1981 fue mantener un sistema que solo se sostiene por el voto necesario de obediencia que debe (tiene) que someter al ostracismo a curas como Gustavo Gutierrez, Ernesto Cardenal, Samuel Boff, como bien lo recuerda César Hildebrandt que se mantiene en sus trece.
Y, ojo, se equivocan quienes apuntan sus dardos a la jerarquía católica limitándose a exigir apertura al uso de anticonceptivos como la píldora del día siguiente, la ordenación femenina, al aborto o al homosexualismo. Porque casos contradictorios con esos postulados abundan en la propia Iglesia y han sido los que hoy manejan el pensamiento teocrático desde El Vaticano quienes han pretendido ocultar desviaciones como la de los obispos de La Florida o pederastas como los del padre Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo, y que iba a convertirse en santo antes que se redescubriera sus aberraciones, documentadas en un libro de su paisana mexicana Carmen Aristegui. Pero mantenerlos es por una cuestión monetaria más que de fe.
Así que el lío del cardenal Cipriani –cuya biografía verbalmente díscola graficó Eloy Jáuregui en su última columna en “La Primera”- con la jerarquía de la Pontificia Universidad Católica no es sólo un problema de sotanas sino de billetera. Y ahí sí estamos hablando de otras jerarquías. Porque la Iglesia Católica –como toda institución de este planeta, que puede ser de los simios pero nunca de los misios- puede estar mal en la doctrina pero nunca de la billetera.
Es asi como se describe en la biblia a los ultimos tiempos de este sistema, el reino de la falsedad, de la incertidumbre y la falta de moral, donde los hombres amaran tanto al dinero que se olvidaran de Dios.
Le recomiendo una lectura de Nietzsche.
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