ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel

Le preparamos una agenda tremenda. Llegamos hasta Nauta. Es que queríamos que navegue por donde nace el Amazonas. En la unión del Marañón y Ucayali. Su camarada Juan Bosco Centeno Arostegui, no le perdía de vista. Los dos poetas, revolucionarios, camaradas y sobrevivientes de lo que fue el triunfo de un ideal que otros -ya en el poder- se encargaron de matar. Fueron días poéticos con un poeta de toda la vida, entendiéndose la poesía como opción de vida.

 “Sabe, Jaime, la gente se olvida que tengo 80 años”, me dijo en un alto allá en lo alto del puerto de Nauta, mientras cogía del hombro a Puchín, ayudándose ambos para caminar. Luego navegar. Navegar. Por el mundo, navegar, de eso se trata de la vida. A pesar de la agenda apretada, que fue aprobada antes de su llegada, siempre se dio tiempo para la espontaneidad. Y, sobretodo, hablar con la gente. Pueblo viene de población. El contacto con la gente era vital para su cotidianeidad. Había que estar a su lado para ver cómo brillaban sus ojos cuando hablaba con el artesano del campo ferial artesanal de San Juan y su sonrisa tenue se iba agrandando al charlar con los niños de la calle. Fueron días intensos. Cada instante era una fotografía instantánea. Como, al despedirse en el aeropuerto, quedarse asombrado por el mural que allí estaba y que fue eliminado por las manos de siempre.

¿Poeta, por qué aceptó venir a Iquitos?, le pregunto luego de visitar Bellavista Nanay. A lo lejos está el Amazonas. Mientras observa la inmensidad del río sugiere al reportero que no deja de tomar fotos que ponga en la crónica esto: “En adelante quiero ser conocido como el poeta del Amazonas”. Así será. Así fue. Porque los recortes periodísticos de la época así lo señalan. Como también nos recuerdan que después de 15 años de esa visita se nota que ha dejado huella. El quien me trajo hasta aquí es el Amazonas, se diría.

Quienes en la adolescencia nos deslumbramos con aquello de “al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido…” teníamos que leer qué venía después. Si la señorita Monroe provocó un poema de hecho que su compromiso evangélico tenía que provocar versos comprometidos con la naturaleza, con Dios. Ahí están sus epigramas, sus salmos. Ahí está su figura saludando al santo Juan Pablo II y éste, más inhumano que nunca, reprimiéndole -dicen las crónicas periodísticas- por mezclar religión con política. Ese mismo santo, Juan Pablo, le prohibió oficiar misa. Eso es otro rollo, sí. Pero engrandece a uno y envilece al otro. Como si política y religión no fueran una esencia.

La idea era juntarlo con Thiago de Melho, su gran amigo brasileño. Volvió a Iquitos y no se pudo concretar el encuentro por ese desencuentro de siempre donde las autoridades saben poco de poesía. Pero se hizo un recital en plena selva. Se leyó poesía en medio de la noche. Fue alrededor de una hoguera poética que, muchos años después, todos los que allí estuvimos aún lo recordamos. Así se evidenció el día de su muerte, el domingo, cuando los protagonistas de aquella velada inundaron las redes con fotos y textos.

Ernesto Cardenal nunca nos dejará. Cada vez que haya que renovar la esperanza se tendrá que acudir a su poesía. Cada vez que la rebeldía quiera esfumarse habrá que acudir a su vida y obra. Cada vez que se emprenda algo grande habrá que recordar su grandeza. Ahí estará Laureano Mairena para gritar las bienaventuras o, del otro lado, ese señor llamado Tomás Borge, para recordar las malaventuras revolucionarias. “Bienaventurado Laureano Mairena, que no vio a Tomás Borge envilecido, La revolución perdida, En el actual régimen de terror y mentira, la familia ha desforestado el país, indefensos en la globalización”. Ahí está su poesía.

Y si falta algo habrá que releer “Zoológico de Iquitos”, más que un homenaje del poeta a la Amazonía como un homenaje de todos hacia él. Porque su sacerdocio fue práctica y palabra. Porque su Dios era humano. Porque los jerarcas de la Iglesia a la que pertenecía nunca le perdonarían su rebeldía. Por eso, los que usurparon el sandinismo se atrevieron a enviar una turba a su velorio. Porque saben que hay revolucionarios que nunca mueren a pesar que las balas destrocen sus cuerpos. Cardenal es más que poesía. Es rebeldía en un mundo en el que va mejor que los poetas dejen de escribir. Que los políticos excluyan a quienes desean hacer política. Que los sumos pontífices no se cansen de pontificar creyendo tener las llaves del reino.