La indefinida figura de un muñeco paseandero y regalón se impuso en las justas electorales del 2014. Entonces la verdadera democracia comenzó en el país de los incas y las kolas. Sucedió por aquel tiempo que el Congreso, en asamblea de amanecida y con peleas como en cualquier barrio de broncas, emitió la ley marcial que decía que toda campaña política tenía que hacerse con los propios recursos y no con la tuya ni con la mía.   El ministro justiciero de aquel entonces, el general Donayre, se encargó de hacer cumplir a palos ese dispositivo histórico.

Los candidatos de todo el país, con algunas excepciones, renunciaron de hecho y de derecho a sus estridentes campañas advirtiendo que no tenían dinero disponible ni ocasión de conseguir préstamos bancarizados o no. Los que más sufrieron fueron aquellos que no tenían trabajo conocido y que eran mantenidos a la legua. Era cierto entonces que casi ningún candidato gastaba de la suya para vender su panera. El truco era lanzar el nombre y el símbolo y esperar que la plata arribara sola y en costales. Eso se terminó en aquel tiempo. Los financistas de tantas campañas se quedaron tirando cintura y tuvieron que migrar a otros países donde hasta la liebre saltaba.

Así fue como el Perú de todas las sangres y potajes comenzó con su despegue. El primer síntoma de ello fue la clasificación al mundial de la selección de jugadores de timba. La democracia fue entonces real. En ese novísimo contexto es que fue elegido presidente de los pizarrinos el muñeco citado. Nadie sabe si ese personaje apareció como efusión de sentidas frustraciones del electorado, como venganza de los pobres miembros de mesa que nunca cobraban por trabajar en feriado o del dolor acumulado de las multas pagadas por no acudir a votar por las puras. Lo cierto es que el muñeco, de madera y con viruta adentro, gobernó con sabiduría por varios lustros.