Cada vez que ganan los sectores progresistas en unas elecciones políticas inmediatamente la derecha mediática se pone con el lápiz y el papel hacer cuentas ¿Cuánta se gastará en las medidas impulsadas por esos movimientos progresistas, o mejor en el léxico conservador, populistas? ¿Pagaremos esos populismos (lo contrario a populismos para ellos es que el Estado deje en manos privadas esa gestión)? Encuentras mil peros en el posible gobierno. Desde ya quieren torcerles el brazo. Llama la atención ese criterio tan utilitarista en el razonamiento de estas plumillas o bustos parlantes que recorren tertulias y programas políticos intoxicando el debate. El Estado no debe gastar es el mantra que repiten. Ese es su propósito, intoxicar, intoxicar que el mundo se va acabar. Cumplir con la aplicación de un derecho fundamental como el acceso a una buena educación pública o sanidad pública para ellos les parece un escándalo. Pero sí la aplicación de este derecho lo dejamos en manos del sector privado que paga baja remuneraciones y poca protección a los derechos sociales, entonces, hablan con la boca pequeña. Eso es cumplir con lo que dice el establishment político de pensamiento único. No, hermanito, el mercado lo debe regular todo ¿es esto cierto? No es cierto porque hay vida después de la austeridad y los recortes sociales, pero en esta hegemonía del pensamiento liberal razonar de manera diferente es lo residual. Lo exótico y extraño. Son sueños trasnochados, utopías comunistas e idílicas que a nada conllevan. Y siguen saliendo una tira de adjetivos. En cambio cuando se aplica una política de shock, desregulación, recortes sociales que perjudica a un sector importante de la población como la precariedad de los contratos laborales, como no financiar la ley a favor de las personas de la tercera edad o como las ayudas a quienes tienen  hijos con autismo u otras enfermedades esas medidas hay que aplaudirlas. O los recortes a la ciencia o investigación. Estamos llegando a una situación insostenible.

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