El juego inane
Por Miguel Donayre Pinedo
Hay una suerte de lugar común que de tanto repetir chirría. Harta. Da repelús. Leía hace un tiempo a un escritor peruano que se declaraba abiertamente perdedor, se confesaba hincha del Atlético de Madrid [que tiene la aureola de club perdedor y los más cizañeros les llaman patético de Madrid], y luego ganaba un bullanguero premio literario, ¿fue una pose declararse como tal? Pero él no tenía esa imagen de perdedor, por el contrario, estaba en todos los saraos literarios poniendo cara de intelectual comprometido con anteojos y una chupa de cuero, pero el pobre se golpeaba el pecho de perdedor, de outsider. A mí me parece una arbitraria división anglosajona- calvinista que corta al mundo entre los perdedores y ganadores. Porqué hay quienes en la vida también empatan, como dice el refrán, unas son de cal y otras de arena. Hace poco otro escritor peruano se declaraba perdedor y se confesaba seguidor del Centro Iqueño y forofo del Real Betis Balompié ¿? [Soy hincha del Politécnico del vasco-amazónico Arancibia y no pasa nada, del Alianza Lima y por eso no soy perdedor. Hay partidos que se pierden y otros que se ganan y se saborean el empate]. El argumento de fondo era ser perdedor como si eso te diera el pasaporte a la luz, de tener una suerte de sensibilidad privilegiada. Con relación a tema del aprendizaje del catalán en Cataluña, un comentarista también declaraba a los catalanes de perdedores, de víctimas del españolismo lingüístico. Que lata. Eso de ir de víctimas y de perdedores tiene su momento de gloria, pero no se puede estar todo el tiempo levantando esa bandera. Agota. En estos charcos se gana, se pierde y se empata como es el juego de la vida.