Ruido maldito

Uno ya no habla en las calles de Iquitos. Grita (o debe hacerlo, aunque no tenga la menor intención de hacerlo).

Uno ya no puede sentir silencio y tranquilidad. Solo puede dedicarse a escuchar los gritos desaforados de los vendedores, los parlantes enloquecidos que vomitan música infame, los motocarros salvajes que corren a velocidades infinitas, destruyendo la tranquilidad con sus tubos de escape miserables.

En Iquitos, ver televisión, dormir, acostarse en su patio es una tarea que dejó de ser placentera y ahora es una batalla perdida. Todo por causa del ruido.

Esta es una ciudad enferma. Sí, enferma, por la contaminación sonora. Por el bullicio impenitente, permanente, casi perpetuo. Cual maldición inconfesable, los pobladores han debido resignarse que el caos no solo se mira, no solo se percibe, también se oye (o padece).

El Comité Cívico Todos Contra el Ruido, por sétimo año consecutivo, ha llevado su jornada para silenciar durante 15 minutos, una vez al año. Por lo que he leído no solo en prensa escrita, monitoreado en radios, televisión y en redes sociales, la iniciativa solo fue parcialmente acatada. En verdad, la gran mayoría de la población no se había enterado de la actividad. Un gran sector de los transeúntes y conductores se quejaron por la “osadía” de paralizar la ciudad para protestar por esa peste que nos está dejando sordos y al borde del estrés crónico. Leo, incluso, que la jornada solo llegó a los 10 minutos en algunas partes, debido a la queja del respetable, del soberano, de aquél que dicen es la voz de Dios.

Una ciudad enferma, ni más ni menos, orgullosa de su enfermedad, briosa y atorrante en su padecimiento.

Hace cinco años, la municipalidad de Maynas aprobó un Acuerdo de Concejo destinado a implementar medidas de emergencia para mitigar el impacto del ruido producido por el tránsito urbano en las actividades educativas y otras. Entre las medidas que planteaba dicha medida se incluía la instalación de carteles de gran tamaño cerca de colegios y hospitales, indicando la velocidad máxima 30 km; colocar mini jibas que aminorasen el trayecto de los vehículos; además de difusión agresiva sobre el tema. Ninguna de estas medidas se ha puesto en ejecución, hasta el momento.

Uno de los pedidos particulares ha sido la estricta supervisión en los tubos de escapes de motos y motocicletas, a fin de desterrar esa nefasta costumbre de cortar tubes de escape para, supuestamente “aumentar la velocidad y ahorrar combustible” (superchería solo comparable con creer que Papa Noel existe). Además, operativos para supervisar que las calles no se conviertan en bailódromos al paso donde los parlantes se colocaran a su máximo volumen a fin de destrozar tímpanos y motivar al insomnio, para gran vacilón y cuchipanda del vecino fiestero. Además, colocar límites al rico vacilón institucionalizado de Complejos recreativos de diversa índole, que tiene la rica costumbre (y la conchudez, claro está) de darle duro y parejo a sus parlantes de 5 mil, 10 mil, 50 watts de potencia, mientras la población alrededor debe dedicarse a cualquier cosa menos a la paz.

Si en este país la leyes se cumplieran, si los acuerdos, ordenanzas no fueran letra muerta, si la Constitución prevaleciese sobre pendejos y tinterillos, muchos bulleros y promotores del caos auditivos ya habrían tenido que cerrar sus locales, pagar multas importantes o estar conminados a bajar su demente ruido. Recordemos que sobrepasarse los máximos permisibles de ruido es un delito, según el Código Penal.

Según las estadísticas más serias, Iquitos excede hasta en tres veces el límite mínimo permitido de la Organización Mundial de la Salud (35 decibeles) para una ciudad. Acá llegamos a registrar hasta 115 decibeles en un día normal y común. (Para ilustrarnos, el ruido de una turbina de avión en movimiento llega a 120 decibeles. Ahora imagínese escuchar eso durante un periodo prolongado de tiempo, durante una jornada. Así, parecido, es el ruido que tenemos)

Un artículo de José Álvarez Alonso, publicado el año pasado, traía un dato: un peritaje sonoro realizado en varios colegios de Iquitos por la Policía Nacional el año 2006 daba cifras espantosas. En el Centro Educativo N° 61004 (en la cuadra 18 de la c/ Moore) el sonómetro dio mediciones de 97 y 98 decibelios. Evidentemente esa cifra ha crecido, no solo por el problema de los motocarros, sino también ahora el de las maquinarias de los sospechosos e ineptos trabajos del alcantarillado y de una indolencia francamente rayana con el delito por parte de autoridades involucradas por su función en este aspecto.

No voy a resumir aquí los innumerables problemas de salud que una persona puede padecer al ser expuesta a tamaña bulla (desde cansancio crónico, enfermedades cardiovasculares, trastornos del sistema inmune, ansiedad, manías, depresión, irritabilidad, náuseas, jaquecas, hostilidad, intolerancia, agresividad, entre muchos otros). Según Álvarez, un estudio realizado en Europa en colegios cercanos a aeropuertos mostró que los ruidos excesivos disminuían en más del 25% la memoria a largo plazo de los niños.

El problema es que el ruido también está afectando el turismo. Hoy muchos visitantes prefieren irse a albergues fuera de la ciudad. Los que se quedan tienen que lidiar y quejarse constantemente por la contaminación sonora. Iquitos es considerada una de las ciudades más ruidosas de Sudamérica. Ese no es buen rótulo propagandístico en ninguna parte del mundo.

Esto, obviamente, lo saben las autoridades. Y claro, también lo sabemos todos. Nadie pone el dedo en la llaga, nadie toma medidas para que nuestros destinos dejen de estar a la buena de impresentables. Acá se hace lo que se quiere, acá el desorden y la improvisación parecen ser hasta marcas de prestigio. Lo que no sabemos es que nos vamos degradando de a pocos, no solo en nuestra composición física, sino también en nuestro orden espiritual y colectivo. Así, muy poco de alentador podemos augurar.

1 COMENTARIO

  1. Es justa la indignación, este es el nuevo terrorismo, el ruido esta eliminando la salud de niños y jovenes, no vamos a tener futuro con ciudadanos en salud, a la autoridad no le interesa este crimen, seguramente no tienen familia, menos hijos ni nietos, a la policia se le pasean las moscas, hay que tener en cuenta que ella es la aencargada de hacer respetar la Ley, sin embargo en su cara le faltan el respeto el lumpen que revienta el «CLAXON CRIMINAL».

    A Quien debemos acudir, solamente nos quedan los hospitales para hacernos atender problemas cardiovasculares, y de otorrinología, Que institución o personas son interesadas en no hacer allgo contra este crimen?

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