El fair play en política

Moisés Panduro Coral

Presiento que a algunos amigos les gusta la política en su estado actual. No me refiero a la humilde señora que luego de recibir una bolsa de plástico en donde hay una lata de sardina, un paquete de fideos, un kilo de arroz, una porcioncita de frejol y una gaseosa en envase plástico, es inducida a llamar a la radio, con monedita incluida, para agradecer al “dadivoso” candidato. No me refiero tampoco al pobre hombrecito que chambea de promotor de campaña electoral porque es finalmente un padre de familia a quien, -al igual que a la humilde señora-, le presento mis respetos y mi admiración, porque ofrece sus servicios pensando en la comida de sus hijos o en el trabajito que le caerá después de la victoria para mejorar la economía familiar.

No. A ellos, como a muchos otros, no me refiero. Son parte de una realidad que nos enrostra la ineficacia de nuestro sistema educativo como agente de cambio, que cuestiona la credibilidad de los movimientos políticos como canalizadores de las expectativas populares, que nos habla de la miseria intelectual de quienes nacieron a la política con el propósito de asaltar el poder y sacar las mejores tajadas presupuestales. Una realidad ante la cual los principios políticos resultan espadas quijotescas frente a las aspas de molino que las llevan de encuentro en cada proceso electoral. Cuando digo que algunos se sienten bien con la política realmente existente me refiero específicamente a quienes aparentan ser reformistas, revolucionarios o propulsores del cambio pero que en el fondo son aplicadores de parámetros reaccionarios que contribuyen a extender la podredumbre politiquera que nos asfixia.

Uno de esos parámetros es el de ceñir la política al estrecho corralito de una campaña electoral. Algunos creen que cuando se cuestiona a una autoridad elegida es porque el cuestionador está en campaña o ya ha empezado su campaña electoral. Subliminalmente se está diciendo que está prohibido cuestionar a tal o cual fulano hasta que empiece la campaña. Nada de pronunciamientos sobre la coyuntura, nada de debate sobre los resultados de gestión, mantente calladito tú, claro, mientras el cuestionado está en permanente campaña dispendiando el dinero del pueblo y utilizando la logística de la entidad que gobierna. Otros venden la idea de que ser político es sinónimo de ser candidato, son los que hacen coro a los autoproclamados candidatos que inician campañas electorales con años de anticipación, olvidando que la legislación pendiente obliga a realizar previamente un proceso electoral interno. Y así, el círculo vicioso se cierra porque según este fatuo razonamiento, para pronunciarte sobre temas de gobierno local o regional tienes que ser candidato, sino, no puedes hacerlo.

Otro parámetro común es el de medir a los políticos según el cargo que ocupan, por las veces que son elegidos o por las “habilidades” (el fin justifica los medios) de las que hacen gala para ser elegidos. Entonces, un político bueno, exitoso, es aquel que llega a ser congresista, alcalde o presidente regional. No importa cómo llegue a ser elegido, lo que importa es que logre su elección. Alguien que no llega a ser elegido, por el contrario, es un fracasado, un malo, un pecho frío, no sirve para candidato, no importa sus méritos. Con estos conceptos, se manda al traste el fair play en la política. Y cuando digo fair play no me refiero sólo a los abundantes epítetos que se sueltan, a las brutalidades asesinas del idioma y de la razón que se pronuncian, a las promesas quiméricas con las que el elector es engañado o a los pactos de traición que consuman los felones, sino también a la farra monetaria, al derroche insultante de millones que tienen su origen en la coima y en la hipoteca enajenación de los recursos públicos.

Yo estoy en contra de estos parámetros por convicción. Estoy en contra del escupitajo, pero también en contra de la compra de árbitros para que inclinen la cancha en pro del equipo contrario. En contra del foul artero que busca fracturarte y en contra de que los recogebolas te escondan todas las pelotas cuando juegas contra el tiempo. En contra de que desde la hinchada te caiga un botellazo o de que te apaguen la luz en pleno avance al arco contrario. En contra de que a ti no te reconozcan la ley de la ventaja, pero a tu adversario sí. En contra de que los dueños del estadio mojen (o aceiten, como quieran) la cancha contra ti. En contra de que cuando te toque un tiro libre te pongan una barrera infranqueable en la que están alineados desde los jugadores contrarios hasta los espectadores, pasando por los locutores, el hombre del pito y los guardalíneas.

En suma, estoy en contra de todos los parámetros que hacen de la política un sistema monetariamente viscoso, infectado, purulento, asqueroso en sus métodos, fétido, microbio en en sus resultados.

1 COMENTARIO

  1. Moises has descrito una muy cierta realidad de lo que es la política en el Perú, pero me pregunto como una persona con tal conciencia con esa vision puede ser militante de un partido politico creador de este tipo de actitudes, un partido corrupto, putrefacto que desde que su honorable creador murió solo sirvió para hacer daño al Perú hipotéticamente en nombre de su creador, o es que realmente haces lo que no piensas en nombre de esa equivocada fraternidad? que pena eso es ser miserable….Ojala el APRA hubiera muerto junto con su creador o de lo contrario donde estan esos militantes que luchen por defender la memoria de Haya de la Torre? no los hay o son muy pocos, es que el 99% son devotos de la coima, del asalto a las arcas del estado, de las aceitadas, de los faenones, qué miseria que es el APRA….

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