En el centro de la concurrida plaza de Armas de Iquitos hay ahora un santuario adornado de varias maneras. Es un gallinero pequeño y aseado donde vive un gallo descomunal con su cresta desbordada, su pico formidable, su plumaje oscuro, sus patas robustas. Ese animal, que en algún  momento fue cargado por un político local que tiene como símbolo partidario justamente al gallo, es el centro de un extraño culto que se desató después que una autoridad edil hizo un extraño y disparatado festival gallero. Nadie sabe ahora cómo empezó a crecer un culto pagano alejado de todo Dios que se impuso gracias a uno señores que en su momento fueron acusados de pertenecer al partido del gallo y que trataban de vender la imagen de alguien que ansiaba a toda costa la gobernación regional. Pero nada de ello era cierto y fue así como la figura del gallo gigantesco fue imponiéndose y pronto aparecieron gentes dispuestas a realizar procesiones cargando esa figura como si se tratara de una divinidad con alas y patas.

El plumífero pronto se convirtió en el animal totémico y simbólico que vencía a los otros animales con pretensión convertirse en ejemplares tutelares. Y pronto se gestó un colectivo encargado de llevar adelanto el culto gallero, el rito religioso más importante en estos años donde lo único que interrumpe la devoción colectiva es la protesta de aquel candidato que dice que le han robado la idea del gallo como símbolo y como inspiración política. Pero nadie hace caso de sus protestas que hace agitando sus brazos como si fueran alas e imitando el canto madrugador de cualquier gallo enardecido. Y la devoción diario por el gallo placer continúa y ya se piensa enviar una delegación a Roma para pedir la beatificación de ese gallo descomunal.

La ciudad entera se ha entrado a ese culto y lleva granos de maíz para el gallo, limpia constantemente el lugar donde está y de vez en cuando se arrodilla para rezar unas oraciones extrañas que hablan de la potencia corralera de los gallos de la tierra entera. De manera increíble otros cultos religiosos han desaparecido como por arte de magia,   no hay iglesias con sus fieles y sus ritos y  el que menos se desvive para contentar a ese gallo impresionante que ha cambiado el destino de varias generaciones.