Había señas en el camino y, tontamente, no le habíamos prestado la debida atención. Nos parecían circunstanciales. Alrededor de la Ihla do Olmo aparecían  y abrían supermercados en un abrir y cerrar de ojos. Atención 24 horas. Lugares de ocio cerraban y abrían al momento. Se inundaba de carapálidas con las maletas de rueditas para arriba y para abajo, algunos con los colores de la bandera británica – sí los peruanos somos huachafos, estos guiris son rematadamente horteras. No sólo ellos también turistas orientales con rostros de despistados que inundan plazas y calles. Pensábamos que estos picos y bajos de los negocios eran los efectos de la crisis. Del pinchazo de la burbuja inmobiliaria que todavía no nos reponemos. A pesar de estas evidencias cerrábamos los ojos. En distintas partes del barrio había manifestaciones de agrupaciones de vecinos. En las octavillas que repartían cerca de una estación del metro mentaban a la gentrificación del barrio. Nos parecía que todavía estaba lejos, un extranjerismo más. La tranquilidad del barrio poco a poco ha sido colonizada por la bulla, el jaleo. El paisanaje se ha transformado. En el sótano de un bar han hecho una sala de música, me parece sin contar con los permisos necesarios ¡todo sea por el ocio! Es el grito de guerra. La Ihla do Olmo sido el lugar donde más tiempo he estado sin moverme de domicilio en lo que va de mi vida. Casi dieciocho años. Para mí todo un récord por mi impronta nómade. Nunca estuve más tiempo como en el Olmo. Aquí he escrito obras de ficción hasta una tesis doctoral que parece poco. A mí me estimulaba un montón porque es un barrio híbrido. Es una vecindad donde me perdía por sus calles a pesar de la mierda de perro en las aceras y el olor a porro desde muy temprano. Lo hacía todo o casi todo caminado. A un museo, a un trámite administrativo, a una librería, a un parque a pasear. Todo ese estilo de vida se va derrumbando. Un día a una calle de la casa un grupo de personas en la calle hacían pancartas contra la turistificación del barrio. Ahí nos dimos cuenta que nos llegó la ola. Un anciano que vivía toda la vida era desalojado por una inmobiliaria que quería poner pisos turísticos. Confieso que ante esa intromisión cerca de casa sentí una punzada, nos desalojan. Para más inri la vecina de al lado ha vendido su piso para un piso turístico. Hemos pensado seriamente mudarnos.

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