[ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel].

No es una exageración afirmar que todo lo que he sido, soy y seguramente seré en este mundo se lo debo, básicamente, a mujeres. Y entre ellas las cuatro hermanas que me han asistido desde setiembre de 1966 han jugado un papel fundamental. Todas, absolutamente. Una de ellas es Dodo, Doris Marilú. La menor de todas y a quien desde hace más de dos décadas la tenemos exiliada por prioridades familiares y beneficios hereditarios. A pesar de la distancia en la que se encuentra siempre está presente en las sobremesas y cuando de recordar sus ocurrencias se refiere. Y es, seguramente por la cercanía de edades entre ambos, con las que más palomilladas he vivido. No exagero si afirmo que las vivencias con ella son material para un libro en varios tomos.

Siempre las hermanas mayores hacen obsequios a los que nacimos después de ellas. Somos los menores, pues. Pero el regalo más hermoso que un día cualquiera me hizo Dodo no solo es invalorable por lo que significó para mi formación sino por las circunstancias en las que se produjo. De ambas quiero escribir en este noviembre en el que será la primera vez que nos reunamos, fuera de Iquitos, todos los Vásquez Valcárcel, recordando y celebrando el cumpleaños del padre y esposo.

Ese regalo de Dodo fue voluminoso y valioso. Y aún hoy -después de más de cinco lustros transcurridos- recuerdo de memoria su dedicatoria: “Para Jaime y Ángel con mucho cariño, esperando que este diccionario les sea muy útil en su formación profesional. Cariñosamente. Doris. 18.05.87”. Y vaya que me sirvió por el resto de los días,  hasta la actualidad. Porque para un periodista el diccionario es un instrumento de consulta permanente. Y tanto así que me lo apropié en perjuicio del otro destinatario

Y fue hecho por una persona que apenas percibía la remuneración de burócrata. Comprado a largos plazos, pagado con un esfuerzo tremendo. Pero estoy seguro que lo hizo deseando mi superación y que ese material grueso y con una inmensidad de conocimientos me allanara el camino para la utilización adecuada de las palabras. Por eso, cada palabra que escribo, cada momento que recuerdo o cada análisis que realizo Dodo está presente en las letras y el sentimiento, dos elementos inevitables para llenar carillas.