Por: Moisés Panduro Coral

Éstas son algunas de las especialidades que nos faltan en el Perú. Debo aclarar que un desastrólogo no es un experto en remover escombros o un opinólogo de supervivencias, un jinete del apocalipsis derramando plagas sobre la humanidad, ni menos un pájaro de mal agüero anunciando calamidades. Es un especialista que entre otras cosas dirigiría sus esfuerzos a hacer entender a la sociedad que los desastres no son naturales, es decir, que no es la naturaleza la que actúa inexorablemente contra el ser humano, que la inundación que se produce en zonas inundables no es producto de la ira divina desatada contra los afectados, que el deslizamiento de tierras en una carretera sin mantenimiento y con alta presión antrópica no llega por alguna maldición o por un asunto de mala suerte.

Enseñaría también la diferencia que hay entre “fenómeno natural” y “desastre natural”, términos que a menudo se confunden. Un fenómeno natural como bien lo definen Romero y Maskrey en la publicación educativa “Los Desastres no son Naturales”, es toda manifestación de la naturaleza, una señal cierta de su funcionamiento interno. Una lluvia torrencial con vientos fuertes como ocurre regularmente en la selva es un fenómeno natural, como lo es una inundación en áreas bajas producida por ríos amazónicos que recorren los llanos aluviales con escasa pendiente.

Me acuerdo que en primaria llevábamos el curso “Minerales y Fenómenos Físicos y Químicos”, y en una parte del mismo aprendíamos a conocer científicamente estos fenómenos que existen desde tiempos pretéritos. Lo que resalto es que el profesor no sólo enseñaba que ellos forman parte de nuestro entorno habitual y de nuestra existencia, y hasta de nuestra cultura, sino que abordaba los aspectos de equilibrio y prevención, eso que en nuestros días prefiere llamarse “gestión de riesgos”. Decía el maestro que no estamos en medio de una naturaleza inerte, al contrario, la naturaleza es bullente, dinámica y más que todo, viva. Por tanto, es necesario adecuarse a ella, y, si es necesario modificarla debería hacerse bajo la premisa de no afectar su fisiología.

Un desastre natural se produce cuando no se toma en cuenta esta relación armónica y complementaria entre hombre y naturaleza. Pretender ejecutar una hidroeléctrica en un terreno de escasa pendiente, con un río torrentoso de orillas altamente vulnerables, en una curva fluvial con un casi ángulo recto, como es el caso de Mazán, por ejemplo, es un verdadero disparate. Ofrecer en campaña electoral sacar gas de campos petroleros desconociendo que la técnica que hace posible esa explotación es el fracking o fractura hidráulica que contamina acuíferos, aumenta la sismicidad y expone a riesgos de salud a las personas por los aditivos químicos que se emplean es otra clamorosa torpeza. Lo son, de igual forma: el alentar y ayudar a que las familias necesitadas construyan sus viviendas en zonas que se inundan cíclicamente, y el promover, instalar y desarrollar actividades productivas en los bordes de una carretera sin medidas que mitiguen el impacto de la deforestación y la alteración de los suelos y de la red hídrica del área.

Así como andamos necesitados de desastrólogos, urgimos además de futurólogos. Un futurólogo no es un astrólogo, alguien que habla de signos de zodiaco, que juega a los naipes con tu destino, o un tipo con turbante mirando una bola de cristal. Un futurólogo es un especialista en diseñar los escenarios del futuro para un territorio, alguien que con entereza y sapiencia estudie el comportamiento de variables sociológicas, económicas y políticas para perfilar el camino y el norte de una sociedad; uno capaz de elaborar ucronías, situarse cuarenta años por delante en el tiempo sin quitar los pies del presente, eso que antiguamente se llamaban visionarios.