De donde pecata mea
Moisés Panduro Coral
Durante el virreinato del Perú, las velas o ceras que alumbraban las viviendas, los despachos, los salones, las iglesias y que se colocaban al pié de las estatuas de los santos, se traían desde España, de virreinatos vecinos o se fabricaban en las cererías limeñas. No cualquiera podía industrializar y comercializarlas porque para ello era necesario cumplir con un conjunto de requisitos. Primero: se necesitaba la experticia, saber el oficio; segundo: su fabricación requería de tecnología importada de la “madre patria”; tercero: era obligatorio registrarse como fabricante; cuarto: el distribuidor debería contar con la autorización respectiva, y quinto: debía contarse con una cartera de clientes, una demanda cautiva que permitiera sostener la rentabilidad financiera de la cerería.
Las sacristías han sido, desde tiempos antiguos, las áreas administrativas dentro de la iglesia católica que cumplen las funciones de mantenimiento de los locales y de la parafernalia sacra, de la realización de tareas de coordinación y de apoyo al párroco, así como de provisionar los bienes necesarios para el funcionamiento de los servicios religiosos, las mismas que están encomendadas a un ayudante administrativo- eclesiástico al que desde siempre se le ha denominado sacristán. A su vez, las velas o ceras de todos los tipos y formas constituían bienes esenciales en la logística eclesiástica para efectos de la misa, en la adoración, en las procesiones, en todos los actos litúrgicos, y en una época como la que describimos eran además bienes de consumo muy requeridos en las casas de los funcionarios virreinales y de los criollos pudientes, ya que el pueblo se alumbraba con mecheros y antorchas.
Las velas escaseaban de tiempo en tiempo, debido a los retrasos de los galeones que las traían desde el viejo continente, a la escasez de insumos o a su elevado consumo estacional, lo cual hizo que apareciera un mercado negro en el que las ceras eran ofertadas a precios cómodos y en momentos oportunos sin que se exigiera el origen fabril o la representación autorizada. Es probable que entre los ofertantes cereros de esos tiempos estuviera algún sacristán, o que también en plena escasez de ceras la casa de alguno de ellos luciera iluminada y, por qué no, podría haber sucedido que un sacristán se volviera un regalón de las preciadas luminarias, todo ello sin que ocurra que el susodicho fuera dueño de una fábrica o de una tienda, lo que indicaba a ojos vista que esas ceras provenían de los almacenes de la iglesia. De esta constatación antigua procede el dicho popular que reza: “sacristán que tiene cera, sin tener cerería, de donde pecata mea si no es de la sacristía”.
Sin embargo, este dicho no fue elaborado para entenderse literalmente. En realidad, fue entonces, -y es ahora-, una metáfora utilizada para expresar un desbalance innegable entre los ingresos de un funcionario público y su ritmo de vida, para ironizar el acelerado crecimiento patrimonial de algún personaje en razón al tiempo de su presencia en una entidad pública, o para cuestionar el manejo displicente y dispendioso de los recursos presupuestales que la nación y el pueblo ha encomendado a elegidos y designados, todo lo cual es directamente proporcional a arraigadas conductas políticas contemporáneas en las que campea la picardía para cargarse con el dinero estatal, se aplaude la criollada para barnizar de legalidad mórfica lo que es una ilegalidad sin medias tintas en el fondo del asunto y se recurre a eufemismos para saquear las arcas; arraigadas conductas en las que reina la cundería mediática para disfrazar de caritativas caperucitas a hambrientas hienas devoradoras del presupuesto público.
¿Cómo explicar, si “no es de la sacristía”, el boato del que hacen gala los politiqueros de nuestro tiempo que basan su campaña electoral permanente en el dispendio cotidiano apareciendo como los agraciados “hermanos” merecedores de bendiciones evangélicas por repartir bienes a diestra y siniestra y que al mismo tiempo promueven fiestas, borracheras y espectáculos costosos para mantener embobado al electorado que en un ochenta por ciento –en el caso nuestro- tiene solo educación primaria o secundaria completa?. ¿Cómo entender, si “no es de la sacristía”, el aquelarre con tres años de anticipación de los politiqueros autodenominados opositores que no se diferencian en nada de los primeros, en cuanto a sus métodos, a sus procedimientos, al cacicazgo y compadrazgo electorero que denuncian?.
Sé que cuestionar a estos “sacristanes que tienen cera sin tener cerería”, suena políticamente incorrecto en la coyuntura en la que nos encontramos. Puedo ganarme silencios, olvidos, indiferencias, broncas, desprecios, lo sé, pero repitiendo al poeta Ernesto Cardenal, quiero decir que si este atrincheramiento significa para mí no llegar a ser un político “exitoso”, pues, “me vale verga”. ¡Qué le vamos a hacer!.
EN TU PARTIDO HAY «SACRISTANES» GRANDES Y CHIQUITOS DE DONDE TIENEN, ES DE LA SACRISTIA DEL ESTADO. PARA CREERTE TENGO QUE VER QUE LOS VOTES.
Los sacristanes modernos estan en todos lados como partidos o movimientos políticos hay. Hay honradas exepciones que pueden exhibir una correcta vida pribada y pública de nuestros políticos. Desgraciadamente estos últimos son los que menos posibilidades tienen de llegar a gobernantes. La campañas electorales se han convertido en proyectos de inversión de grandes negocios. Hoy la meta es el negocio ya no el servicio.
Para triufar en esta vida honradamente no es necesario tener título universitario, solo requiere un poco de imaginacion y creatividad, esfuerzo constante, menos dispendio y una buena pareja que te acompañe. Como hay muchos triunfadores sin necesidad de robar.
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