ESCRIBE: Patrick Pareja

Nadie lo pidió, pero siento la necesidad de soltar algunas apreciaciones sobre estos libros. Apreciaciones que vine acumulando, y que son necesarias soltarlas como se suelta el cariño.

A propósito, el orden de los comentarios no es porque uno sea mejor que el otro, aquello se debe al orden en que leí.

Mi falda hasta los tobillos

(Borrador Editores, 2019)

Leí esta novela hace unas semanas. En ella, Carolina Cisneros se despoja de sus turbulencias, de esa falta de madurez, de las adolescentes y sus complejidades, y del recato que aún existe en las familias. La novela juzga y teme, excluye y se asemeja a la verdad de muchas señoritas que tienen que callar por lo que dirá el resto, por la presión que hay en casa. Sin embargo, pese al silencio y la hipocresía, la novela opta por el cambio, por la confrontación, por hacer lo que se quiere, lo que se desea —en silencio—, a espaldas de los que juzgan, como una necesidad de adherirse a la sociedad, de calzar entre las amistades —a la fuerza—, metiéndose en problemas y tomando malas decisiones. La novela (contada en dos partes) es fluida y se esparce sin miedo, acepta que se debe mostrar más de lo debido, más de lo correcto, pero se abstiene, como si el recato simbolizará el llevar —como una carga— la falda hasta los tobillos.

Resina

(Seix Barral, 2019)

En contraste con el recato y la moral, o con los que guardan las apariencias, conseguí Resina. Lo leí, primera vez, mientras iba en un yate sobre el Ucayali, de regreso hacia Iquitos, semanas antes de que se anunciara como el ganador del Premio Nacional de Literatura. Y lo volví a leer hace poco, con calma, y volví a sentir esa intensidad que transmiten sus historias («Chevy del 64», «Royal Burguer», «Resina» y «Maz nah», solo por citar algunas), la inmoralidad de los personajes, el lenguaje audaz que te da ese sabor amargo que nos deja la sinceridad, como si fuera un golpe en boca del estómago. En pocas palabras, volví a sufrir y gozar. Richard Parra es un autor que no se restringe, va directo al problema: desnuda, transgrede, socava, y muestra a la sociedad como lo que es, una sociedad escandalosa, soberbia, resquebrajada, corrupta y marginal. Resina encara lo que tenemos y somos, lo que fingimos no ver o escondemos. Richard Parra es un impuro, y como impuro, consigue lo que muchos no se atreven a decir, o hablan en voz baja. Richard tuvo el carácter para decirlo y el premio es más que merecido.

Historia de un brazo

(Seix Barral, 2019)

Lo primero que se me ocurrió, al leer el título, es que la novela corta era un homenaje a Un brazo de Yasunari Kawabata, lo que en realidad es una presunción. El brazo, al que alude Ricardo Sumalavia, no es fantástico, ni mágico, y no habla; el brazo tiene tanta importancia como el valor de un hombre, como parte de un todo, de un cuerpo, a causa de una deformidad. El brazo se esconde bajo la ropa del padre y es un fenómeno que dota de frescura y diversión a la trama (pág. 12). Lo que podría ser un mal que aquejaría a cualquier mortal a lo largo de su existencia, en Historia de un brazo se convierte en alegría y complicidad. El brazo es un insurgente, y como tal, como alguien que no se avergüenza de nada, se mezcla en el lenguaje del sexo, de las mentiras y del estado de desamparo en el que deja al narrador (su hijo), de un misterio que te mantiene pegado hasta el final. 

La ciudad que no existe

(Editorial Planeta, 2021)

A diferencia de Historia de un brazo, Bruno Pólack Cavassa nos ofrece sus dotes de historiador, pero esta vez de la mano de los relatos. Bruno saca a relucir detalles de la historia que no conocíamos, de la historia que muchos no recuerdan o no quieren recordar, pero que es necesario conocer para seguir construyendo nuestro futuro. Los relatos de Pólack se centran en la ocupación chilena de Lima, entre 1881 y 1883, con una precisión que termina congeniando con la ficción. Pero que es de uso indispensable para recrear aspectos que, al ser serios y verídicos, se vuelven dinámicos y atractivos. Los relatos expuestos, además, muestran parte de su pasado, de su historia, de su árbol genealógico, del origen de su estirpe y la relación estrecha que tuvieron con el Perú. En la fluidez del libro nos topamos con unos episodios, que particularmente no se me van de la cabeza, unas ocurrencias de aquel niño que fue, un niño obstinado que empieza a indagar a través de llamadas al azar (busqué todas las «Llamadas telefónicas») sobre lo que el resto piensa, cree, conoce o sabe, sobre la ocupación que resultó minar en silencio al Perú de aquel entonces, y que pasó tan desapercibido que pocos conocen los pormenores de la tragedia. Este libro es necesario. Historia y literatura se unen para mostrarnos lo paciente que fuimos —y somos—, para exponer a La ciudad que no existe, su ciudad, la Lima de antes, la de muchos que detestan o aman, pero que es parte de nuestro patriotismo, de nuestros cimientos.