Escribe: Percy Vílchez

No nos cabe la menor duda de que el perro Bobi es un ser afortunado. Ha cumplido los 31 años, en la actualidad es el can más viejo del mundo y la suerte de perro no va con él. Para comenzar y para terminar el longevo ladrador ha renunciado a comer migajas o huesos tirados de improviso. No suele comer esa comida reservada a los canes que muchos dueños compran como una obligación. Su dieta diaria es similar a la dieta regular de sus dueños. Es decir, Bobi ha dejado su condición de mascota, de amigo fiel, para convertirse en un miembro más de la familia.


Todo le entra entonces por la trompa. En la comida servida diariamente se nota mejor la suerte de ese perro que vive en Leiría, al oeste de Portugal, desde donde ha batido el récord mundial de longevidad perrestre. Es innegable que su éxito depende fundamentalmente de la manera como se acomoda en la mesa de sus dueños, como se desliza con el hocico sobre la superficie del plato y como da cuenta de los variados preparados que enriquecen la gastronomía casera. Esa alimentación privilegiada estuvo presente desde un inicio de la vida de Bobi. Y continúa hoy que se ha convertido en una estrella en el mundo virtual.


No cabe la menor duda que esa innovación de dar de comer al perro lo que se come a diario es un acierto que beneficia más al perro. Y uno imagina un mundo posible donde los dueños y los canes u otros animales disfruten de comilonas o cenas a discreción. El mundo sería más democrático si la comida de los unos alimentaría a los otros. Pero por supuesto, en la conciencia de hombres y mujeres quedaría la herida de los millones de seres que sufren de hambre en el mundo actual.