ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel

En julio del 2013 llegamos con Gregiore Ross y Douglas Flores a Pastaza. Anduvimos por el Lago Rimachi. Conversamos con sus pobladores. Ambos, contrariamente a lo que podría deducirse de los nombres, son profesionales nacidos en Iquitos, que trabajan con imágenes. En aquella oportunidad se quedó grabada en mi mente la imagen que acompaña a éstas líneas: el rostro de sorpresa de los jóvenes cuando Ross les mostraba la pantalla de la cámara fotográfica donde estaba sus rostros. Desde aquella oportunidad esa imagen me persigue y cada cierto tiempo me asalta esta pregunta: ¿qué rostro habrán puesto los oriundos cuando los foráneos les tomaban fotos y luego les mostraban esas imágenes allá por los primeros años del siglo XIX? Difícil saberlo, muy fácil intuirlo.

En 1912 se casó Florinda Graña con José Iglesias Álvarez. Ella era hermana del que huachafamente se conoce como “Rey de los jíbaros” – Alfonso I. El que tomó las fotografías fue el español Manuel Rodríguez Lyra que, según los recortes periodísticos, era “el más célebre fotografo de la época”. La fiesta se realizó en “La Castellana”, esa tienda que puso Alfonso Graña cerca a la Plaza de Armas y que se ha covertido en postal, y entre los invitados estaba “Victoriano Gil, veterano de la guerra de Cuba que en la ciudad ejercía de fotógrafo e impresor”, según narra el escritor español Javier Juarez en “A diez días del paraíso”. La fotografía siempre ha estado relacionada a los acontecimientos sociales y a la intención natural de perennizarlos.

Cesáreo Mosquera, quien primero puso una peluquería que luego transformó en librería, también tomaba fotografías y, aunque no era su principal actividad, tiene fotos célebres como las que fueron incluídas en un informe enviado desde Iquitos a Madrid. “Mosquera envío a Madrid un detallado resumen del accidente y del rescate posterior, junto con unas fotografías que ilustraban el momento en que ambas balsas llegaron a la ciudad”, escribe el mismo Juarez. La cita corresponde al informe que se hizo con ocasión del accidente aéreo ocurrido por el Alto Marañón en 1933, donde perdió la vida Alfredo Rodríguez Ballón, piloto cuyo nombre lleva el aeropuerto de Arequipa.

Cesáreo Mosquera se dedicó a la fotografía y dirigió la primera empresa cinematográfica de Iquitos. “Actualidades iquiteñas” se estrenó en el Alhambra y ahí se mostraba las peleas de gallos, las flores del jardín municipal, el colegio de madres franciscanas. Fue todo un acontecimiento dicha exhibición y la promoción invitaba “a todos a admirar la primera producción iquitense, futura gloria del arte cinematográfico”. La producción cinematógrafica, como se ve, tenía una ligazón con la fotografía afianzada con el trabajo de Antonio Wong Rengifo.

La fotografía llegó al Perú en 1840. Muchos años tuvieron que pasar para que llegara a Iquitos. Y, como tantas otras cosas, lo más probable es que haya sido desde Manaos, proveniente de Europa. Los fotográfos de la época, por eso mismo, son de Brasil o España. Recuérdese que el portugués Silvino Santos y el español Manuel Rodríguez Lyra eran los fotógrafos de la época. Recuérdese que Silvino Santos fue contratado para tomar fotografías que sirvieran para el informe consular que recorrió “las caucherías” de El Putumayo y que, según se sabe, lo hizo por un contrato con su pariente político Julio César Arana, cuyas intenciones no era mostrar la realidad sino tergiversarla.

Hoy es imposible saber cuántas fotos se toman por segundo en el mundo. Son los tiempos de los celulares. Sí es posible saber cuáles son tomadas por profesionales de la imagen y cuáles provocan asombro entre quienes son retratados. En la fotografía, como en todas las actividades, la historia la cuentan y perennizan los foráneos y oriundos. Las imágenes de los jóvenes del Pastaza y de los recién casados Iglesias-Graña así lo demuestran.