Coherencia, coherencia
ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
Vivíamos los primeros años del gobierno de Alberto Fujimori. La intención de privatizar la educación ya estaba en marcha a pesar que colocó en el Ministerio de Educación a gente vinculada a la izquierda, muchos de ellos cruzaban la frontera de las posiciones terroristas pero se instalaban en el aparato estatal. En Iquitos los voceros de posiciones “antiimperialistas” se contaban con los dedos de la mano.
Hasta se podía distinguirlo como núcleos familiares que de vez en cuando copaban los medios de comunicación con frases altisonantes en defensa de la escuela pública y de los derechos de los hijos del pueblo a acceder a una educación equitativa y justa. Quien diría que uno era el discurso –flojo, insensato, muchas veces- y otro, diametralmente diferente, era la práctica. No es que los izquierdistas de ese tiempo trabajaran en algún colegio privado o prestaran sus servicios a un consorcio católico o evangélico. Era peor que eso, según sus postulados, evidentemente. Era que toda la familia, con acciones más o con acciones menos, era propietaria de un colegio privado. De mala muerte, es verdad, de perfil bajo, en realidad. Pero toda la familia izquierdista del ala radical del comunismo loretano despotricaba de la privatización de la educación pero sangraba a los hijos del pueblo cobrando pensiones de enseñanza. Cuando me enteré no lo podía creer. Hoy esta familia ha reducido sus miembros y los pocos que quedan carecen de elocuencia izquierdista y, creo, que carecen hasta del colegio.
Por estos tiempos no es infrecuente ver a un arquitecto pasear su humanidad por las calles de Iquitos. Podría decirse que dentro del gremio profesional es uno de los pocos que alza(ba) su voz de protesta por los estropicios que de vez en cuando perpetran las autoridades contra los monumentos históricos. Se autodefine en círculos privados y no tan privados como defensor del patrimonio monumental y está a la expectativa para integrar –lo llamen o no- cualquier patronato que lo haga aparecer como filántropo. Trata de aparecer entre los primeros en todos los pronunciamientos y comunicados a la opinión pública en los que se advierte a las autoridades sobre posibles atropellos. Hasta ahí todo bien, todo bacán. Quién diría que una mañana un empresario me muestra una obra donde se destrozó una puerta de un edificio denominado monumento histórico. ¿Qué cosa? No puede ser. Así es, Jaimito, me dijo risueño el empresario. El arquitecto había sido contratado para romper una puerta y como no tenía otra alternativa doró la píldora con una pintadita. Tanto así que uno pasa por el lugar y no se da cuenta del atentado. Un defensor de los rincones agredidos, un paladín de la preservación de las fachadas históricas había mandado al diablo sus postulados por un contratito.
Casos como los aquí narrados abundan en esta y otras tierras. Un discurso, otra práctica. Un postulado, otro comportamiento. Existen en los hogares, en la curia, en la familia. Porque en nombre de la coherencia cuántas barbaridades e hipocresías se cometen. ¿No?.