Por Juanjo Fernández

Entre 1976 y 1983 Argentina vivió los momentos más aterradores de su historia: una dictadura militar que operó con especial crueldad en la lógica de la guerra fría contra el comunismo y el miedo a la expansión de la revolución cubana en el continente. Se detuvo, torturó y asesinó a cualquiera que manifestara la mínima muestra de oposición al Proceso de Reorganización Nacional, así denominaron los altos mandos del ejercito su mandato. La historia es bien conocida, pero siempre que hay ocasión es obligado recordar la sangrienta ignominia cometida (y en Chile y en Paraguay, y en Bolivia, y en Brasil) bajo el paraguas de estadonidenses y, no sobra recordarlo, franceses. El 12 de octubre de 1973 Perón asume el poder tras 18 años alejado de él. El 1 de julio de 1974 la muerte le separa definitivamente del gobierno y su esposa, Maria Estella Martínez de Perón, le sustituye al ser la vicepresidenta del país. No pasan dos años y los militares toman el poder a través de un golpe de estado, una vieja tradición, era el sexto desde 1930. Entre el 26 de marzo de 1976 y el 30 de octubre de 1983, en que la Junta Militar convocó elecciones libres, la disidencia política, la militancia sindical, la expresión artística, la canción o la literatura, la organización estudiantil… fue perseguida y masacrada. No solo la oposición política, cualquier atisbo de cuestionamiento o diferencia era suficiente para acabar en manos de los torturadores; religiosos, testigos de jehová, judios, homosexuales, transexuales… fueron víctimas de las prácticas enseñadas en los manuales de la Escuela de las Américas.

El estreno de una película, Argentina 1985, lo recuerda desde el ensalzamiento de los que hicieron posible una gesta que merece brillar con la fuerza de mil estrellas en la historia de la humanidad: el Juicio a las Juntas Militares. José Natanson, director de Le Monde Diplomatique, define la película de Santiago Mitre como una epopeya tribunalicia en su editorial del último número de Le Monde. “Un poder civil frágil, rodeado de gobiernos autoritarios y desprovisto de mayoría legislativa, se daba a la tarea de juzgar a los comandantes como forma de poner fin al péndulo cívico-militar que había asolado la democracia durante medio siglo.” El juicio fue en sí mismo toda una epopeya por encima incluso de otros casos, como el del juicio de Nuremberg, en el que que se juzgaron las atrocidades del nazismo pero no los crímenes de guerra de los aliados (y no porque no los hubiera).

Santiago Mitre tiene el acierto de contarlo desde la figura de los fiscales encargados de armar la acusación contra Videla, Masera, Viola, Galtieri y demás militares componentes de las Juntas. El experimentado Julio César Strassera (Ricardo Darín) y el joven Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) se enfrentan a la desconfianza hacia el propio proceso, a la falta de personal confiable para formar equipo, al miedo enorme a causa de los sucesos tan recientes, al miedo igual de enorme ante las continuas amezas, al terror de los descubrimientos. Durante los cinco meses de instrucción reunen más de setecientos testimonios de supervivientes y familiares de desaparecidos, con ellos prueban que había un plan sistemático que se contradecía con la versión militar de abusos de subordinados. La obra de Mitre lleva al espectador a la sordidez de las centros clandestinos de detención regados por todo el país, con especial parada en el ESMA (Escuela Mecánica de la Armada); el robo de neonatos, ¿qué estratégia de guerra es aquella que permite el parto en el piso de un coche patrulla con la madre esposada a la espalda?; la madres de mayo, que hubieron de seguir todo el juicio sin su característico pañuelo blanco, su último vínculo con sus hijos y nietos desaparecidos. El director argentino lo hace con un equilibrio magistral entre las circunstancias de los protagonistas, sus familias, la sociedad y el propio contenido de lo investigado por los fiscales, de la historia en definitiva, de esa parte infame de la misma que hace que el espectador no quite ojo de la cinta a pesar de lo doloroso que es seguirla.

Unas semanas antes, el 5 de octubre, estaba en San Miguel de Tucumán donde me invitaron a exponer mi último trabajo. Allí tuve el privilegio de asistir a la intervención de Helen Zout. Helen era la invitada de honor en la X Bienal de Fotografía Documental Argentina y su exposición recogía su trabajo sobre las desapariciones, torturas y asesinatos de la dictadura militar. Ella misma se libró de la detención por no encontrarse en casa en el momento que fueron a buscarla, su novio la recogió e inició un largo periodo de ocultamiento en el que la enfermedad casi acaba con ella. Seguramente esas circunstancia la motivaron a sumergirse en la memoria del horror, por un lado, y por el otro la acercó a las victimas para bucear hasta lo más profundo de dicho horror a través de la fotografía y el testimonio. Helen habló de la necesidad de ser feliz, que esa era su revancha, un joven no entendió y preguntó, “sí, ser feliz es nuestra revancha frente a todos aquellos que nos quisieron desaparecidos, que sepan que no lo consiguieron y que podemos ser felices”. Parafraseo a Helen, sé que aunque no sean sus palabras exactas no me alejo de su sentir. Vuelvo a decirlo, me siento tan privilegiado por estar allí, conocer a Helen y escucharla, verla sonreir, oirla hablar de sus nietos.

Ayer mismo, hoy es miércoles, será que ayer fue martes, lei Fantomas contra los vampiros multinacionales. Una utopia realizable narrada por Julio Cortazar, y sí, está narrado por Julio Cortazar, y sí, Fantomas se enfrenta a los malos del mundo. Los malos del mundo no son los ladrones y destructores de libros que en su camino amenazan a escritores para que dejen de producir nuevas obras (principio de la trama). No, los malos “se llaman de mil, de diez mil, de cien mil maneras, pero se llaman sobre todo ITT, sobre todo Nixon y Ford, sobre todo Henry Kissinger o CIA o DIA, se llaman sobre todo Pinochet, o Banzer o López Rega…” López Rega era Ministro de Acción Social de María Estella Martínez de Perón, el creador de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), una casilla de salida compuesta por paramilitares para el terror que desencadenarían posteriormente simplemente militares. Cortazar publica la primera edición de Vampiros internacionales en junio de 1975 en la editorial Excelsior de Mexico y cede los derechos de autor al Tribunal Russell, del que había formado parte en su segunda reunión en Bruselas. El primer Tribunal Russell se estableció en 1966 por Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre para investigar y evaluar la intervención de Estados Unidos en Vietnam. El segundo, en el que participó Julio Cortazar y Gabriel García Marquez entre otros, trató los derechos humanos durante las dictaduras militares en América Latina.

Tras las delirantes aventuras de Fantomas en su lucha contra el mal el escritor argentino repoduce el documento con las conclusiones del Tribunal Russell: las vilolaciones de los derechos del hombre y de los derechos de los pueblos intensificadas en Brasil, Chile, Bolivia y en Uruguay; la destrucción del Estado de derecho en Guatemala, Haiti, Paraguay y República Dominicana; el asesinato en Colombia de dirigentes campesinos y estudiantes a lo largo de los últimos 25 años; la discriminación sufrida por las comunidades indígenas; la contaminación de los recursos naturales, el deterioro ecológico y la esterilización de las mujeres en diversos países de América Latina. El informe/sentencia señala también las causas económicas de dichas violaciones que podrían resumirse en el saqueo de las riquezas naturales de los países por parte de sociedades multinacionales. Tras ello se indica quienes son los principales responsables y cuales han de ser las medidas que se han de tomar. Todo ello, lo recuerdo, escrito en 1975, estamos en 2022, no sigo con la idea que me asalta en estos momentos.

La historia es demasiado reciente como para olvidarla, muchas de las heridas aún no han cicatrizado, muchos de los bebes robados aún no han recuperado su verdadera identidad, sus abuelas siguen buscándolos. Argentina 1985 nos lo recuerda desde el optimismo de un episodio que demuestra que sí se puede, y se puede haciendo las cosas bien, desde el respeto a los derechos fundamentales y la justicia. El fiscal adjunto, Moreno Ocampo, escribió un libro ya clásico Cuando el poder perdió el juicio, en el que recuerda que los militares juzgados gozaron de todas las garantías procesales, no así como sus víctimas, una de las ideas principales recogida en la película. El final del alegato de Stratassera resuena al salir de la sala de proyección, y que resuene por siempre. Nunca más.