ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
Twiter: @JaiVasVal
Verona es para visitarla con la persona amada. No cualquier amada, por supuesto. La enamorada, la novia, la esposa, la madre de tus hijos, la compañera. Sin embargo, siempre doy la contra a esta aseveración. En marzo estuve a punto de visitarla con Mónica. A pesar de la insistencia de la sobrina Giulia, su madre Doris se las ingenió para que ese recorrido se postergara hasta nuevo aviso. Quién diría que en menos de tres meses estaría nuevamente por tierras europeas, sacándole la vuelta a un viaje de trabajo por África. Ni bien se confirmó la estancia en Milán, tanto madre como hija planearon la visita a Verona porque “es la tierra de Romeo y Julieta”. Más que eso. Es la obra cumbre de William Shakespeare. No por antigua, claro, sino por maravillosa. Estrenada en 1595 -aunque algunos señalan que fue en 1597- para convertirse en inmortal y, claro, controversial hasta en la autoría de la obra. No es pertinente ingresar en los detalles de la obra, para este artículo baste decir que hay una coincidencia total: los hechos ocurrieron en Verona. Y eso importa. Espero que también así lo sea para todos. Pues ya sea tragedia, comedia o drama, la obra es un canto de amor, aunque algunos también la observan como la fatalidad de dos seres que se aman.
Todos habrán escuchado alguna vez los dos nombres: Romeo y Julieta. Siempre asociados. Igual que los apellidos Montesco y Capuleto. Pues esa historia ocurrió en Verona, ubicada a solos 120 minutos en tren desde Milán. No visitarla siempre ha sido un error literario. Tremendo error. Hasta que llegó el verano europeo y con la salida del sol enrumbamos hacia el balcón de Julieta.
Tan solo bajar del tren ya se respira amor. Y es que todos los caminos conducen a la casa de Julieta. Y, claro, el consabido balcón de esa mujer que a partir de Shakespeare ha provocado los mejores paralelos amorosos, sobretodo de aquellos teñidos de desventuras. Como toda ciudad europea, Verona no solo es ese histórico balcón sino se presenta como una apacible, culturosa y hermosa. Con la ayuda del Google maps el recorrido estaba definido con minutos exactos, número de pasos y, no podía faltar, el cafecito veraniego al que nunca me niego.
Lo estelar es llegar al balcón. El patio tiene su encanto porque ahí se ha instalado una escultura de Julieta, semidesnuda, donde mujeres y hombres tienen que tomarse la foto cogiendo desperjuiciadamente la teta de la amada de Romeo porque, se entiende, que el amor hacia la mujer tiene que ser mostrado y demostrado con un tocamiento de esa parte tan sensible a pesar de los sensibleros. Más de cuatrocientos años de permanencia no es poca cosa. Como tampoco lo es que un hispanohablante charapa pueda escuchar las frases de amor en decenas de idiomas de parejas que han llegado al patio sólo para mirar el balcón. Porque, se sabrá ¿no?, que si hay algo fenomenal que provoca la literatura es que es universal.
Lo romántico está ligado al balcón y la obra de Shakespeare. Si quieren, llámenlo machismo o feminismo pero es indudable que todos pugnan por recorrer la casa de Julieta y ni caso le hacen a la morada de Romeo. Se puede prescindir de visitarla, como lo hicimos nosotros. Lo que no se puede obviar es recorrer Arena de Verona, donde todo el tiempo se está (des)armando una obra. Y vaya qué obras. Todos los días hay funciones para 15 mil espectadores, cuyos boletos se agotan con meses de anticipación. Ni qué decir de Piazzale Castel San Pietro, que obliga a subirla agitadamente, al igual que el recorrido por el Ponte di Castelveccio, cuyos recorridos son gratuitos, a diferencia del Arena que obliga a abonar 10 euros. Porque el mantenimiento tiene su costo como lo tiene la Basilica di Santa Anastasia, a la que para ingresar la santa Iglesia Católica ha puesto una tarifa de tres euros, monto suficiente para desistir de la visita y esperar que se oficie la misa para gozar de la gratuidad.
Como ya es una costumbre, he recorrido durante cinco horas con 45 minutos esta ciudad italiana y de vuelta a la casa de Doris, ella me pregunta sabiendo lo que responderé: ¿Qué te pareció Verona? Maravilloso, hermoso, gustoso y me vuelvo redundante hasta provocar su ira de hermandad. Lo que no le digo y lo he pensado desde que bajé del tren en el terminal de Verona es que me he prometido que la casa de Julieta tiene que recorrerse con Mónica. No sólo porque está a 120 minutos de Milán sino porque Mónica -a más de 12 mil kilómetros de distancia en Lima- sabe que esas promesas siempre tratamos que se hagan realidad y hasta la fecha siempre nos ha ligado y, espero, que esta no sea la excepción.