Nuestro paso por Barcelona será de seis horas. Pero tenemos que ampliarla a ocho. “Tenemos que conocer la Sagrada Familia”, me dice Naty, una de las que nos acompaña en este periplo fascinante. Vale, vale. Nos embarcamos en el tren y, luego de dos paradas, desde el subterráneo salimos a la superficie. ¡Ahhh bruto! ¿Qué? Siento que el cuerpo sufre un cambio. ¿Triglicéridos elevados por los excesos gastronómicos madrileños? ¿Glucosa perniciosa debido a los dulces de Valladolid? ¿Colesterol inmedible porque uno cree que a los cuarenta y cinco puede comer como si tuviera veinte y ya el metabolismo cobra factura? Chiri-chiri. ¿Me entienden? Sí, me van a entender.

La Sagrada Familia es una edificación hecha no para el rezo únicamente. Es un atractivo turístico. Es una urna monetaria. Es todo lo que la Iglesia representa: dinero, multitud, arquitectura, grandiosidad, emoción. Todo, todo. No está terminada porque el arquitecto que la diseñó murió en media construcción. Será una de las pocas obras inconclusas en el mundo que genera ganancias. Y es una de las maravillas del mundo, sin duda. Por sus cuatro costados. Por donde se lo mire uno termina asombrado. Gaudí se esmeró en su diseño y en 1926 tuvo que dejarlo y desde ese tiempo otros se encargan de su edificación. La Gloria, La Pasión, El Nacimiento, El Infierno son una belleza para los ojos. Como sabía que no iba a terminarla Gaudí dejó los bocetos y los planos para que otros la continuaran. Las donaciones hicieron posible su levantamiento y por eso se afirma que tiene un origen expiatorio. Y, vaya, desde 1882 no es posible concluirla a pesar que para visitarla todo cristiano, musulmán, judío, chino o lo que sea debe abonar entre diez y catorce euros. Claro que los niños menores de diez años no pagan, pero como tienen que estar acompañados de un adulto se entiende que la gratuidad es literatura. Y si calculamos que la visitan miles de turistas diariamente comprenderemos los ingresos.

Claro que no es posible conocer Barcelona en ocho horas. Ni siquiera siete días con todas sus noches bastaría. Pero tan solo recorrer sus calles, observar los rostros de los transeúntes cosmopolitas, admirar los bosques que la rodean, respirar un ambiente diferente y diverso es una experiencia maravillosa porque por estas tierras han pasado y repasado Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y tantos otros que se han quedado encantados y han residido y escrito varios libros bajo el cielo de Barcelona. Y está demás decir que es una ciudad donde abundan las actividades culturales. Y está rodeada de pequeñas poblaciones, una de ellas, Olot, visitaré en las próximas horas.