ESCRIBIE: Jaime Vásquez Valcárcel

Cuando una persona comienza a negar la realidad es para asustarse. Cuando un gobernante comienza a negar la realidad es para ponerse en alerta. Cuando una persona prefiere inventar una realidad de acuerdo a sus intereses es para dejar de respetarla. Cuando un gobernante intenta inventar una realidad de acuerdo a los intereses de grupo que defiende es para perderle todo el respeto. Tanto la negación de la realidad como la invención de una es lo que han hecho el Presidente de la República, Martín Vizcarra, y el Presidente del Consejo de Ministros, Vicente Zeballos en los últimos días.

El presidente Martín Vizcarra dijo que el cambio de los cuatro ministros no había sido “en absoluto una crisis”, sino parte de una reingeniería de su equipo. “Los cambios de los ministros se han dado porque hemos hecho una evaluación con el primer ministro Zeballos y en función a diferentes aspectos hemos creído conveniente cambiar ministros en estas cuatro carteras”, fue la explicación presidencial. Por supuesto nadie le creyó. El Presidente del Consejo de Ministros Vicente Zeballos aseguró que quienes critican los cambios ministeriales son aquellos a los que el pueblo ha derrotado en las últimas elecciones. Negada la realidad, inventada una, lo siguiente fue la «propuesta» del Ministro del Interior, Carlos Morán, de eliminar el resguardo policial a los aún no juramentados congresistas.

El ministro de Energía y Minas, Juan Carlos Liau, se fue de su Despacho porque tenía -¿tiene?- vínculos con Odebrecht. Liau ha participado como consultor en el proyecto del Gasoducto del Sur por el que la empresa brasileña reclama 1,200 millones de dólares al gobierno peruano. La ministra de Justicia, Ana Revilla, tuvo que salir de su Despacho porque gestionó -con autorización del Premier ¿y conocimiento del Presidente de la República?- una reunión que,  siendo necesaria, el gobierno quería mantener en secreto. En ella intervinieron fiscales que, con ese secretismo que combaten en otros, han tratado de minimizar un hecho grave. Tan grave que sus consecuencias son impredecibles.

Evidenciado todo y victimas de sus propias palabras los mismos personajes trataron de culpar a los derrotados en las urnas. Con ello demostraba dos problemas adicionales: Qué hace un gobierno fortalecido por el apoyo popular ocupándose de perdedores y, lo peor, demuestra que está en busca de culpables cuando tiene en sus filas más que el enemigo.

Para salirse, como ha sido su costumbre y le ha funcionado, salió Moran a colocar en agenda la seguridad policial de los congresistas. Como si eso fuera prioritario en un momento donde el gobierno -si es que pretende gobernar pensando en el bienestar ciudadano- debería promover una agenda común y establecer roles específicos entre los sectores ministeriales y las bancadas parlamentarias.

Lo peor de todo es que el gobierno parece que persistirá en el intento de negar e inventar realidades porque cree tener la potestad para ello. Y en ese intento creará enemigos nuevos que -como lo han demostrado las diversas bancadas- no tienen como agenda enemistarse con el Poder Ejecutivo.