ESCRIBE: Héctor Tintaya

El mensaje presidencial de Martín Vizcarra ha dejado en claro que Martín Vizcarra ha sido (devorado) ganado por lo que en política se llama el “establishment”. Es decir, más del sistema imperante. No es que se esperaba un mensaje emancipador, renovador o revolucionario, pero tampoco que sólo sea un recuento de algo que se hizo a medias (presupuesto y programas gubernamentales) y menos una retahíla de promesas que implica más pena, que gloria.

Es cierto que el perfil de Martín Vizcarra desde su ascenso no implicaba una ruptura y enfrentamiento frontal con algunas fuerzas políticas o poderes fácticos tras las decisiones económicas de estos últimos gabinetes. Sin embargo, había la ligera esperanza en un afianzamiento de posturas contrarias contra ciertos abusos del mercado que se evidenciaron en esta pandemia. Una intervención más drástica para regular acciones de mercantilismo en la medicina y en el sector financiero. Sólo ese hecho, le hubiera significado una legitimidad y oxígeno hasta el 2021.

Pero finalmente decidió irse sin hacer mucho ruido ni levantar polvo por si alguien por ahí se molesta. Tal vez no necesariamente devorado, pero si en parte domesticado; no capturado porque eso se aplica para aquellos que llegaron con discurso violento pero que en el camino se endulzaron con el poder, ejemplo Humala. Seguramente pensando que sin mover mucho las aguas del establishment puede retornar el 2026 o apadrinar alguien que le guarde las espaldas desde el 2021.

A partir de este año vamos a tener un Vizcarra ausente, una muestra es su marketero premier que dará la cara ante lo que el Congreso encamine contra el mandatario. Una lástima porque tal vez siendo del sur en este último mensaje podría haber reivindicado o anunciado algunas acciones y obras precisas que ameritaban y se hubiera podido en casi dos horas de lejano y penoso mensaje.

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