De acuerdo a una parte de la genealogía de la Corte Superior de Loreto esta institución judicial ha servido, lamentablemente, de trampolín para otros puestos públicos de los magistrados que han pasado por allí – es un aprovechamiento simbólico de esta institución. O en su defecto, muchos de estos personajes han dejado, por su conducta, mucho que desear como es el caso de uno de los magistrados que está vinculado a la red de corrupción de los “Cuellos blancos”, maffia vinculada al fujimorismo. Hay pocos, casi contados con los dedos de la mano, quienes contribuyeron y contribuyen con su quehacer judicial a la mejora de la justicia y de la administración de justicia en este lado del bosque. Hubo magistrados valientes, y excepcionales, como fue el caso del juez Carlos A. Valcárcel, quien llevó el sonado caso del Putumayo, gracias a la denuncia hecha por el periodista Benjamín Saldaña Rocca (Ana Varela está a punto de publicar una investigación muy interesante sobre este ínclito personaje), por su denuncia se enfrentó a grandes intereses en diferentes ámbitos: locales y nacionales. Aunque, desgraciadamente, ese relato/ discurso del “saqueo de los recursos naturales de la floresta” es lo que prevalece hegemónicamente en la citada corte superior. Se aprovechan de ella. Recuerdo que en el sótano de esta institución encontré los archivos de un juicio donde uno de los litigantes, desde los márgenes, con un usó creativo de la legislación logra conciliar una regulación local con una norma de alcance nacional en defensa de sus purmas. La investigación se hizo pública para ir a contracorriente de esa lógica del desvalijamiento simbólico que adolece esta corte superior. Hay que ser recíproco con ella, es lo que me enseñaron mis abuelas y los sabios del bosque. Recuerdo que uno de mis primeros litigios fue en esa corte, lo tengo grabado en la memoria. Pasado unos años, muy largos, regresé en diciembre de 2019, al mismo escenario, para presentar la publicación de la tesis doctoral en versión de libro (a la investigación le concedieron el Premio Extraordinario de Doctorado en la Universidad de Alcalá), se publicó en la editorial Tirant le Blanch en España, y aproveché la generosidad de amigos para que esto pudiera ser posible en la floresta. A pesar de algunas zancadillas y hurgonazos, de algunos conocidos que nunca faltan, el libro se presentó en uno de los salones de la Corte Superior. Mi padre que es un relacionista público de primera es quien movilizó a los amigos y familiares para la presentación, ante la tímida publicidad de la corte y del brillo por su ausencia de los medios de comunicación y de estudiantes que, seguramente, andan metidos en otros temas más trascendentales. Amén de estos detalles, que rodean la puesta en escena, me dio mucho gusto que el libro se presentara en esta Corte Superior. En el fondo, era y es un ejercicio de reciprocidad de mi contribución o pago a estos montes.

P.D. Quiero agradecer a quienes hicieron posible esta presentación: José Reátegui, Rafael Meza, Werner Bartra Padilla, deuda impagable a todos estos jóvenes y creativos juristas (Werner es un destacado escritor). A Blas Ríos Gil, por sus sinceras apostillas. Además a los magistrados Carlos Alberto Del Piélago y Javier Sologuren.

Un apunte final: fue un gusto enorme reencontrarme con amigas y amigos, como Lilia Reyes, valiosa jurista de la floresta a quien guardo profundo respeto y admiración.

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