Un homenaje a Mauricio
Moisés Panduro Coral
Era mi vecino. Vivía en la misma cuadra que yo en la calle Ricardo Palma. Su casa quedaba en la esquina y la mía más o menos a la mitad. Siempre me adelantaba camino a la Universidad. Pasaba por mi vereda, con el pelo mojado, signo inequívoco de un duchazo mañanero, caminando apacible con ese estilo bacán de la mano izquierda en un bolsillo de su jean y la mano derecha sosteniendo libros y cuadernos. Era entonces cuando la abuelita que a esa hora regaba el jardín me apuraba con su voz afable que hacía eco hasta el fondo de la casa: “¿Moisés, el Mauricio ya está yendo a clases, tú qué horas?”. De hecho, Mauricio era un madrugador inigualable.
Era mi hermano. Evangélico practicante, integraba el movimiento estudiantil cristiano cuyos miembros en la Universidad, en su mayoría, guardaban una simpatía a veces poco disimulada por nosotros, los apristas. Oraba en las aulas, participaba en los actos de expansión de su fe, visitaba asiduamente la biblioteca, asistía a la iglesia, entonaba sus cánticos, abría la biblia a todo el que quería escucharlo, le teníamos mucho respeto por su credo militante. Siempre estuvo atento a servir como sus hermanos le enseñaron.
Era mi amigo. De los sinceros, no de los convenidos. Enseñaba si tenía que enseñar, con paciencia, con benevolencia hacia el que sabía menos. Ambos teníamos alumnas de matemáticas de un famoso colegio loretano, pero me llevaba distancia en la práctica de esas dos virtudes: paciencia y benevolencia. Y cuando aprendía, lo hacía aplicadamente, practicando varias veces el ejercicio resuelto o repasando las lecturas. Lo vi varias veces en esos atardeceres en la biblioteca, concentrado en los libros, descubriendo las páginas con una mano y asiendo firmemente un mechón de su pelo con la otra mano, sin desviar la mirada. Típica estampa del estudiante chancón.
Era mi compañero. No solamente de estudios, pues ambos estudiábamos ingeniería forestal sino porque, poco a poco, fue adscribiéndose a la Alianza Revolucionaria Estudiantil (ARE) que era y sigue siendo la organización política estudiantil del aprismo en la Universidad. Su incorporación a nuestras filas no significó renuncia a su fe cristiana. Nunca participó en las broncas universitarias, jamás cogió un cascajo para lanzarlo a otro, ni prendió mechas de bombas caseras, ni habló mal de ninguno, y su pertenencia al aprismo no le significó enemistad con nadie. Un correcto compañero. Un buen amigo. Un gran cristiano. Un verdadero pacifista.
Llegado el tiempo de egresar, creo que no había integrante de nuestra promoción que no anduviera interesado en varias chicas. O viceversa, varias chicas interesadas en uno. El sólo estaba interesado en una. Con ella la vi la última vez abrazados caminando por la histórica Plaza 28 de Julio de Iquitos la noche de año nuevo de 1987. Nos saludamos efusivamente y hablamos brevemente de nuestros planes profesionales. Habíamos egresado ya, y en el primer gobierno aprista fue llamado a trabajar en un proyecto de forestación en la sierra de Lima, en la microrregión de Cajatambo. Allí, en esos lugares áridos, de arena y de rocas, de pobreza y de ignorancia, sembró miles de árboles que se han convertido en bosques verdes y frescos. Enseñó a los comuneros del anexo de Reynaga y sé que lo hizo premunido de esas dos virtudes que nosotros apreciamos en él.
Le imagino rodeado de campesinos pobres alrededor de una fogata en el intenso frío nocturno, o caminando junto a ellos en el quemante sol de la yunga plantando eucaliptos, molles y huarangos que retendrán el agua escasa, capitalizarán las tierras y proveerán de madera y leña a los comuneros. Le veo gozoso dirigiendo la edificación de una pequeña iglesia en el tiempo libre de los comuneros, compartiendo sus provisiones con ellos, tocando la guitarra para los niños, visitando a sus nuevos compadres, buscando una bebida caliente en medio de la helada, cantando en los valles mientras el viento silba en los cerros. Puedo percibir su felicidad al recibir su primer sueldo y depositar alguna transferencia monetaria para sus padres entrados en edad; encargando al correo unas cartas para ella, contándole las vivencias de un charapa con la gente de la sierra, y de cómo estos se sienten contentos con su presencia, agradecido a Dios por eso, y soñando con hijos y con nietos.
Pero, Mauricio Bardales Levy no está hoy con nosotros. Por lo menos, su cuerpo, no. Sus asesinos senderistas lo mataron a pedradas y a machetazos delante de sus amigos, y ante la impotencia y rabia de éstos, una negra y gélida noche de enero de 1987. Según los comuneros de Reynaga, que escucharon vociferar a los terroristas, los pecados de los que se le acusaba fueron tres: ser profesional y trabajar para el Estado, ser cristiano y ser aprista. Su cuerpo inerte llegó a Iquitos varios días después. El dolor de sus padres era una cuchillada que llegaba hasta la última fibra de nuestro corazón esa tarde calurosa en el cementerio general, hace 25 años.
Su nombre no está en la lista de víctimas de la CVR. Tal vez no esté porque fue un militante aprista. No importa. De poco o nada sirve que ese remedo de verdad y reconciliación lo haya obviado. El nombre de este joven loretano no merece estar en las páginas de un informe caviaresco que al asesinato cobarde, a mansalva y en mancha llama “ajusticiamiento”. Está mejor así, libre, digno, en auténtica paz. Pero Iquitos debe rendirle homenaje, y por ello, un grupo de sus amigos estamos promoviendo que una calle de nuestra ciudad lleve su nombre. Hay que hacerlo, sobre todo ahora que el terrorismo, pretende reacomodarse bajo otras caretas.
Y, como una cachetada a la CVR, a sus asesinos y a los herederos de sus asesinos, su espíritu debe caminar por los bosques maduros de Reynaga, por las calles de Iquitos, en alguna aula de la UNAP, en la iglesia evangélica de la avenida Grau, en el corazón de todos los que vivimos su amistad, sus aspiraciones y sus sueños truncos.
Gran reseña para una persona tan especial como lo fue mi tio Mauricio, fue algo muy duro para la familia. Esperemos q estas personas no retomen sus matanzas y revoluciones bajo otra cara y otro nombre, no queremos volver a vivir estas tragedias.
LA VERDAD ES UNA EMOCION ,MUY GRANDE SABER QUE LO RECUERDEN AMI TIO QUERIDO ,FUE UN GRAN SER HUMANO ,DESDE YA LE AGRADESEMOS SUS FAMILIARES DESDE ISRAEL A ,UD SR. MOISES DIOS LO BENDIGA Y PROTEJA SHALOM
Se agradece el haber recordado a mi tio Maruicio, y mostranos un poco mas de como fue él. Sin duda fue una gran persona.
Lo felicito por la forma de redactar esta nota; hay lecturas detrás de este artículo. Su homenaje es muy sentido. Buen artículo de verdad.
Sr. Moises Panduro, soy de Iquitos, no tengo la suerte de conocerle personalmente; pero lo escrito hoy en proycontra, merece todo mi respeto y mi reconocimiento por su merecido homenaje a un loretano, como deben haber muchos, que de uno u otra manera hicieron los meritos para llamarse heroes; pero el caso que Ud. escribe, de Mauricio es digno de mi admiracion; espero que siga en ese camino de dar a conocer a muchos loretanos, en especialmente de aquellos que vivimos lejos de nuestro Iquitos, la oportunidad de seguir leyendo sus lineas, la misma que particularmente me llena de regocijo, melancolia y orgullo de saber que exiten Loretanos de bien. Un fuerte abrazo a la distancia.
Conmovedor homenaje.
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