ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Luis Bedoya Reyes acaba de cumplir un siglo. Cien años, de los cuales más de 80 los ha dedicado a la política. No es poca cosa que haya comenzado su periplo político con el presidente Oscar R. Benavides, aunque recién tuvo una función pública con Bustamante y Rivero, y haya logrado que uno de los asistentes a la celebración de su centenario sea el actual Presidente de la República. Así que cerca del poder ha estado, tantos años como los que ha cumplido.

Bedoya es un político televisivo. Todos recuerdan el debate que sostuvo con Jorge Grieve cuando la alcaldía de Lima se decidía en un set de televisión, también. Y ¿qué curioso? Muchos también recuerdan aquel domingo en la noche donde tuvo que hacer malabares idiomáticos para explicar como ser humano lo que su hijo había hecho en la salita del SIN y que él llamó pecado en cadena nacional. Claro, siendo un político con intervenciones televisivas extraordinarias no se le podía pedir menos cuando se trataba de defender lo indefendible que había hecho el mayor de sus hijos. La política es así, también.

Por los años 80, cuando la televisión era un lugar de amena charla por la calidad de los invitados y por la sapiencia de los entrevistadores, César Hildebrandt le preguntó cortésmente si acudía a los mercados de abastos para conocer la realidad de las amas de casa y él, con la misma cortesía, contestó que no acudía pero estaba muy bien enterado de esa realidad porque esos quehaceres correspondían en el hogar a la ama de casa, precisamente. Autocalificado como representante de la clase media, todos lo calificaban como de la alta sociedad, lo que en esos tiempos se llamaba “rancia burguesía” y quizás por eso nunca pudo obtener los votos que hubiese deseado para llegar a la Presidencia. En país centralista que mira con desdén “lo limeño” colocarle el mote de “capitalino” quizás ha influido para que no logre sus propósitos, tanto en la idea como en la práctica.

Fue un exitoso alcalde de Lima no precisamente por el llamado “zanjón” sino por los debates que se producían en el seno del Concejo y que bien recuerda el periodista Arturo Salazar Larraín -padre de Federico- como unas jornadas alentadoras más que agotadoras porque estaban impregnadas de la disciplina del alcalde y la discusión profunda sobre cómo solucionar los problemas de la ciudad ya llamada “La horrible”. Como muchos de sus sucesores, quiso convertirse en Presidente de la República y fracasó en los dos intentos. Fue en esos intentos que llegó varias veces a Iquitos.

Si en Lima le era difícil que se relacione con la clase popular ya se imaginan cómo era en la capital loretana. Más aún en el barrio de Belén. Quienes fueron testigos de esas incursiones me confiesan que “el tucán” llegaba con la sonrisa en los labios al mercado de Belén pero como nadie lo conocía, Carlos Montoya, uno de los pepecistas más representativos de esa época en Iquitos, se tenía que trasladar a otro extremo para gritar el nombre del líder, provocando la risa no sólo de las vendedoras y transeúntes sino de las pocas personas que formaban la portátil pepecista. En Iquitos reclutó a empresarios que a su vez reclutaron a sus subalternos. Así se cuentan, por ejemplo, Ángel Sato Murrugara, Carlos Babarczy, Carlos Reátegui y Raúl Pereira Ríos, quien llegó a ser diputado y otros no tan empresarios como Jorge Samuel Chávez Sibina que llegó a ser alcalde por la cuota pepecista que le colocó en la lista de regidores del FREDEMO que le permitió asumir la Alcaldía ante la muerte de Silfo Alván del Castillo. Así como en Iquitos, en todo el país el PPC sirvió de trampolín o de vitrina para políticos que luego caminaron por otros rumbos. Tanto los que se han quedado dentro como los de fuera no han entendido el pensamiento y legado que Bedoya Reyes quiere dejar y que lo ha repetido incansablemente: doctrina con plan de gobierno, pero con estructura humana. Ése, creo, es el legado principal de este político. La unidad, dice, no es una palabra completa si es que no está unida a la práctica. Los políticos tienen que ser competidores, no enemigos, ha dicho en todos los tonos y ni siquiera en el PPC le han entendido, como lo demuestran las pugnas internas ya memorables entre Raúl Castro y Lourdes Flores

Algunos libros se han escrito sobre él, pero el más entretenido e informado es “Joven centenario, realidades de una vida”, que es una autobiografía donde se cuentan anécdotas que explican la realidad política de los años en los que él participó en los avatares de esa clase. No es frecuente que un hombre público cumpla los 100 años. Tampoco es frecuente que lo celebre con tanta pompa mediática. Pero es el sello nacional, aplaudir incansablemente a quien pudo ser y no fue, a quien los votos le negaron en varias oportunidades saborear el triunfo. Como él mismo dijo alguna vez refiriéndose a Lourdes Flores: “Es una mujer exitosa, a quien se le ha negado el triunfo”. No sé si se podría decir lo mismo del PPC en estos tiempos. Lo qué sí se puede decir es que el tucán sí estuvo en Iquitos pero nunca alzó vuelo.