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En mis tiempos, la única condición para ser amigos era la lealtad, claro, usted le puede agregar otros ingredientes al plato, como la confianza, el respeto, el cariño, etc. Pero yo me quedo con el primero por varias razones.

Y me concentro en este tema porque de un tiempo a esta parte los amigos empatan o se unen, por un interés común. La amistad, por tanto, solo es posible que germine si piensas igual que “yo”. Si hay un escaneo común de las ideas.

Mas en tiempos de campaña electoral -e incluso se extiende hasta las épocas ya de gestión o gobierno-, eres amigo sí y sólo sí eres del mismo color partidario. Si sigues al mismo líder eres pata, sino te vas al carajo.

Y no interesa si a última hora te subsiste al carro ganador o de pronto agarraste chamba en la actual gestión. Lo único que importa es que saques pecho por la misma causa. Que tu camiseta sea del mismo color. Lo distinto, lo otro, simplemente no cuenta. No hay tiempo para sentimentalismos, porque lo fraternal pasa y termina en la conveniencia partidaria o del grupo que está en el poder.

E inversamente, al contrario, eres mi enemigo si tus simpatías políticas van por la vereda del frente, si osas y te atreves a pensar distinto y vas navegando por la otra orilla. Los tiempos modernos exigen que un verdadero amigo sea un robot, un títere, un convenido como todos.

Las relaciones amicales  se han manchado por la politiquería, porque eso tiene mayor peso. Que te conozcas del barrio, que hayan estudiado juntos, que andaban y mataperreabas en la misma patota, pues vete sabiendo que todo eso es romanticismo puro y barato.

Aquí lo que cuenta es que si estas de mi lado, eres mi brother, si tu causa es mi causa, pues eres mi causa. Ante esto, que importa que -como yo siempre digo- nos conozcamos desde el vientre de nuestras madres. La politiquería hoy tiene más valor. Si no estas de acuerdo con esto pues sonaste, te bajan el dedo.

Quien en su sano juicio puede estar de acuerdo con estas actitudes y cambios radicales de conducta. Quien  le puede negar tres veces a un amigo por la cochina y fanática militancia partidaria.

Pues aunque usted no lo crea hay una sarta de desubicados que están obnubilados por el carguito o poder que tienen. Si, aquellos que chivatearon y jugaron en el barro contigo, hoy caminan pisando cascara de huevo, hoy esos que tomaban aguajina contigo en alguna esquina, va por ahí, por los pasadizos de la angurria y luciéndose en los salones de la huachafería, disfrutando de la vida loca que les guiña y les regala su hipócrita sonrisa.

No es por nada, comencé a escribir esto con melancolía y añoranza por aquellos amigos, pero al terminar estas líneas, les confieso que me siento feliz de seguir, en medio de todo,  rindiéndole culto a la honestidad, a la amistad, mientras espero  -aquí mismo- que pasen los años y el poder me devuelva a aquellos que de pronto se mancharon pero no por eso dejarán de ser mis manchas.