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Escribe: José Rodríguez Siguas

Walter Lingán ha publicado «mamá Angélica» (Tierra Nueva, 2024), libro que transgrede los géneros discursivos a los que nos tenía acostumbrados (entre otras novelas, nos ha dado a conocer «Koko Shijam. El libro andante del Marañón», «Un cuy entre alemanes», «Y me llamaron Ashé»; así como los libros de cuentos «La ingeniosa muerte de Malena», «La mansión del shapi y otros cuentos», «A medianoche, en la eternidad» y «Mis flores negras y otras indecencias», solo por nombrar algunos), puesto que «mamá Angélica» es una obra inclasificable (testimonio, crónica, diálogos, entrevistas, citas, letras de canciones, forman un todo compacto).

Y no solo es un cambio de Lingán en su propia producción bibliográfica, sino que a través de «mamá Angélica» transgrede el lenguaje y la ortotipografía: mezcla de letras en cursiva, en redonda, en espejo; mayúsculas y minúsculas; párrafos en bandera, incrustaciones de textos diversos; conjugaciones no convencionales. Un aparato diverso de elementos paratextuales, que, por cierto, no interrumpen el discurso, al contrario, lo agilizan, lo precisan, lo humanizan.

Pero el tema central es mamá Angélica (Angélica Mendoza de Ascarza), como indica el título, quien perdió a su hijo, víctima por estar en medio de una guerra sangrienta entre el Estado y las huestes de Sendero. Y es que Lingán nos aproxima a esta mujer valiente como un cronista de Indias, pues para escribir el libro no solo revisó bibliografía sobre mamá Angélica (y el otro gran tema que aborda el libro: los derechos humanos), sino que fue testigo directo y presencial de la lucha de mamá Angélica (por ejemplo, en la Alemania de los ochenta), así como el trabajo de campo que realizó, pues entrevistó a familiares muy cercanos.

El retrato que nos presenta Lingán es la de la mujer incansable, luchadora, desde el primer momento, pues el punto de partida se inicia «la fatídica noche del 2 de julio, del año 1983», cuando los militares se llevan a su hijo Arquímedes al cuartel de Los Cabitos, después de esa noche nunca más volvió a ver su hijo. Leamos cómo nos cuenta el autor este hecho:

«Mamá Angélica se prendió del brazo de su muchacho y dijo muy enérgica que su hijo no era ningún terruco soplón.

“¡Mátenme!, ¡termínenme!, pero a mi hijo no se lo llevan”.

Hicieron como que no la escucharon, más bien le retorcieron las

manos

la patearon

la pisotearon

a golpes los arrastraron por el pequeño pasillo y alcanzaron el patio.

Los militares continuaron culateando, puntapateando todo lo que encontraban en su camino, mamá Angélica no pudo más y soltó al tesoro de sus entrañas».

Desde ese momento comienza la odisea de mamá Angélica (convertida en personaje mítico, por su temple nos recuerda a «La madre» de Gorki o la «Madre Coraje» de Bertolt Brecht) y su búsqueda infinita por encontrar a su hijo. Búsqueda que le llevó años, que le costó burlas, golpes, maltratos de todo tipo: «Cuando salíamos en las marchas la gente murmuraba “las madres de los terroristas han salido”, por eso siento también un resentimiento hacia mis propios paisanos de Ayacucho». Se codeó y enfrentó con personalidades diversas: con el presidente de la República Federal de Alemania, Von Weizsäcker; con el candidato Alan García, que una vez llegado a la Presidencia de su primer gobierno se olvidó de apoyarla; su enfrentamiento con Fujimori, quien la acusó de terrorista; el apoyo del Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. Su enfrentamiento constante con militares, jueces, fiscales… Pero donde encontró el respaldo fue con las otras mujeres que perdieron al hijo, al esposo, al hermano, lo que las llevó a fundar la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú (ANFASEP). Nombre muy triste, pero necesario, que nos recuerda lo que vivieron muchos de nuestros compatriotas, sobre todos los más humildes, como señala esta cita que hace Lingán de Degregori: «…a diferencia de los países del Cono Sur de América Latina, donde la violencia estatal se abatió principalmente sobre sectores urbanos educados y de clases medias, en el Perú la mayoría de las víctimas fueron pobres, rurales, campesinos, especialmente indígenas y poco educados».

Para construir «mamá Angélica», decíamos, Walter Lingán se vale del paratexto (se apoya mucho en citas de Marcial Molina Richter, entre otros autores; así como en pequeños extractos de familiares con deudos, etc.; el libro cuenta, además, con un buen prólogo de Julio Mendívil), por ejemplo, este epígrafe del maestro Ricardo Dolorier, que se titula «Los Cabitos», acá un fragmento:

En el cuartel de Los Cabitos

están aprendiendo a disparar.

Cuídate bien, no te vayan a matar,

cuídate bien, no te vayan a herir.

Palabras muy fuertes, pero que están ahí como testigos de lo que pasó.

El otro tema abordado en el libro es el de los derechos humanos, y cómo estos fueron mancillados en este proceso sangriento de la historia peruana, pues en ambos lados se creían con el mandato de liberar al país, así tenemos, que el Estado utilizó a las Fuerzas Armadas, Policía, jueces, fiscales, Iglesia, para lograr sus objetivos, aunque pagasen vidas inocentes. Por otro lado, estaban Sendero y el MRTA que también mataron inocentes. Todos querían tener la razón de sus actos. Para Walter Lingán, todos estos grupos tuvieron un papel nefasto, no se salva nadie, pero lo hace cautelosamente. Y es así, cuando escribe sobre la toma de la Embajada de Japón, cuestiona el asesinato de miembros del MRTA, cuando ya estaban rendidos, a manos de las fuerzas conjuntas.

La vida está por encima de todo y de todos para Walter Lingán, y «mamá Angélica» no solo es la historia de una mujer, sino un ejemplo de lucha infinita para construir un país mejor.