Keiko Fujimori ha sido enviada a prisión preventivamente por 36 meses en una medida histórica e impensada hasta hace algunos meses. Después de esta decisión ha salido robustecida la justicia y el Poder Judicial seguro iniciará la recuperación de su imagen, (si alguna vez la tuvo), su credibilidad y lo que es más probable, la impunidad sobre otros políticos implicados tipo Alan García habría terminado de manera concreta. Si a la mayor fuerza política con una mayoría aplastante en el Congreso de la República la procesan  como una red criminal, el partido de Alan habría perdido su estrella aún tenga aún copado medianamente el sistema judicial.

Si esto se efectiviza, más allá de las apelaciones y los pusilánimes de algunas salas superiores puedan desestimar esta decisión de Richard Concepción Carhuancho como fue el caso de Ollanta Humala y su esposa, Fuerza Popular ha quedado herida de muerte. Un poco porque no hay otro referente que suplante a Keiko Fujimori, pero más porque ya sabemos que muchos de los implicados no sólo van a saltar del barco, sino van a empezar a cantar y hacer caer el castillo de naipes que aún puede considerarse que es Fuerza Popular.

El otro gran problema que tienen en este grupo político es que no hay un perfil político notorio que pueda aquilatar las cosas y ponerle paños fríos al enfrentamiento político contra todos en el cual se han enfrascado tercamente. Los chats de La Botica y las decisiones de ventrílocuo que han demostrado la corte de congresistas, es una señal que no hay alguien decente que pueda realmente enarbolar ese ruego que ahora han lanzado al gobierno de Vizcarra para “dialogar en un clima de paz”. Salen las voceras, Letona, Beteta y Aramayo y entra otro peor como Carlos Tubino que de entablar puentes es nulo.

Están desesperados y recién se están dando cuenta de la dimensión de sus toreos irreflexivos contra todo y contra todos y ahora están pagando la torpeza de escoger como parlamentarios sin ninguna legitimidad, sin arraigo, sin perfil político, sólo teniendo en cuenta una personalidad obediente y el dinero que puede aportar en campaña o recolectar para lo que Pérez Gómez sindica como una organización criminal.

Finalmente es una excelente oportunidad para hacer pedagogía en la política peruana. Que se siente precedente que el crimen paga, que no hay impunidad que dure cien años y que los políticos son ciudadanos como cualquiera y que son depositarios de la confianza popular sólo prestada para mejorar sus condiciones de vida y que siempre responden a este imperativo.

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