Mientras el conductor del carro me llevaba al Cementerio Central de Bogotá miraba el perfil de la ciudad. Hay edificios modernos y las calles congestionadas de carros, ese era el paisanaje en esos momentos, mirando desde un taxi. En mis búsquedas sobre la vida de la actriz amazónica Ofelia Montesco encontré que había trabajado en una película aquí, Semáforo en rojo, me parece que se llamaba. Seguro que ella también caminó por estas calles de esta ciudad que tiene en la actualidad ocho millones y pico de personas. Para cualquiera es un reto gestionar una mega ciudad como esta con muchos microclimas urbanos. El chofer en esta larga cháchara me comentaba que pensaba renunciar al taxi que cada día tiene más competencia e irse a trabajar en su finquita. El hombre hervía de proyectos. Trataba de no desanimarlo. Miraba el reloj y casi eran dos horas que había pasado en el taxi. El sonrío y me dijo, allí está el cementerio. Le deseé la mejor de las suertes a este hombre que estaba desencantado con lo que veía. No fue fácil llegar al mausoleo de Rivera, la burocracia siempre pone cortapisas. Primero para entrar te tienes que identificar ante un muchacho que hace de guachimán. Le pregunté por la tumba de Rivera, le sonó a chino. Vaya a la administración. Recorrí veredas y calles dentro del cementerio y llegué a la administración. Otro joven me pidió los datos del fallecido. Metió los datos en un ordenador y nada. Me dijo que no lo tenía y que mejor preguntase a los que trabajan en los nichos que tienen más años – era una situación de realismo mágico, la memoria de la computadora derrotada ante la memoria de un trabajador de este osario. Me fui por la parte antigua y nada. No hallaba rastros de Rivera. Así preguntando me topé con el señor Galindo que lleva como diez años allí y me dijo que Don Eustasio Rivera quedaba por la zona de Caracas. Le acompaño, me dijo con amabilidad. Me comentaba que hace unos años habían querido rehabilitar el mausoleo que anda abandonado. Hasta que llegué al mausoleo familiar. El lugar mostraba el abandono del que fue una de las figuras consagradas, en su momento, de la literatura colombiana. Me quedé abatido y con pocas palabras, mientras miraba los restos de una paloma muerta dentro del mausoleo. Estaba frente a su nicho, y como un torbellino, me cayó una lluvia de recuerdos de la ficción amazónica. Rivera era y es un buen punto de partida, a pesar del abandono de sus coterráneos.

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