Uno de esos solterones eternos y vestidos de negro como los cuervos, como los llama el poeta Nicanor Parra, a los curas, con cara de sargento jubilado y mala leche, en un evento público sobre las personas que huyen de las guerras de Siria o de la pobreza de sus países para venirse a Europa soltó la pregunta ¿sí todos los vienen son trigo limpio? Este pobre hombre (de espíritu) se dice que es el representante de Dios o algo parecido en la tierra, que me cojan confesado. Me recuerda a esos curas, no todos, que tomaron partido en la guerra civil española por el lado de los vencedores sin importar los quejidos de las víctimas de aquella guerra fratricida. O de curas en Ruanda que prestaron sus iglesias para el asesinato de miles de personas que huían de sus agresores, sus restos óseos todavía están en esas iglesias. O de ese sacerdote en Ayacucho, Perú que hacia oídos sordos a los familiares de las víctimas de los desaparecidos y callaba sin reclamar a los militares (¿se acobardaba?). En una situación límite que un miembro de la curia católica lance tremendo disparate suena a inhumanidad, a falta de sentimientos. A falta de empatía, de compasión, de ponerse en la piel del que sufre ¿es eso que enseñan en la Iglesia católica? Por Alá O Iahvé ¿son esos las enseñanzas del evangelio sobre el prójimo? Este pobre cura habrá tirado por la borda la parábola del buen samaritano. Recuerdo que cuando asistía a misa cuando era un párvulo en la homilía el sacerdote de turno hacía reflexiones inteligentes sobre esta parábola sobre la solidaridad hacia los demás. Que sería un signo o señal de los católicos frente a terceros. De hacer el bien sin mirar a quien. Pero este infeliz cura dice todo lo contrario que desde ya hay que hacer una criba (junto a él hay países europeos y católicos que solo recibirán a los refugiados de confesión católica ¿?). No sé cuáles serían los criterios de esa criba contra los desplazados de las guerras o de la pobreza pero este cura debería ser excluido de esa confesión.