Por: Moisés Panduro Coral
Ni ángeles, ni demonios. Somos hombres y mujeres de carne y hueso, nacemos y vivimos en un contexto social, y por tanto, seguros estamos que tenemos pocas virtudes y muchos defectos como cualquier mortal común y corriente. No estamos libres de pecado, ni somos inmunes a las tentaciones. Los que militamos de corazón y con profunda convicción nos aferramos a los principios y valores aprendidos así tengamos que comernos las uñas, sin embargo, en medio de una sociedad corrompida y corrompedora, no podemos garantizar humanamente que aquellos que han entrado a nuestras filas con propósitos subalternos, no cometan en algún momento un delito y sean encontrados culpables y sancionados. Por eso, resulta una insolencia tratar de enlodar a medio millón por culpas de cinco o de diez.
La prensa chicha, aquella de nalgas grandes, senos de silicona y montañas de dólares del montesinismo, nos agarró a portadazos durante diez años para mostrarnos como corruptos, nos metió comisiones investigadores en sus Congresos donde abundaban ignorantes de medio pelo y odiadores profesionales, nos persiguió con sus jueces provisionales y utilizó todas las armas para intentar crearnos una leyenda negra. Más, la verdad histórica ha comprobado que aquellos que repetían hasta el cansancio que somos corruptos, eran, en realidad, los verdaderos corruptos; ahora están presos. Tarde o temprano, los que se pintaron de una falsa honestidad que hacía la diferencia para acceder al gobierno, esos que también nos señalaron de corruptos y crearon megacomisiones que no llegaron a nada, seguirán el mismo destino.
Jamás nos hemos reclamado inmaculados, pues lo nuestro es una obra de hombres, y en ese sentido, no es perfecta, ni exenta de alguna mancha, pero rechazamos tajantemente que la perfidia, la iniquidad, la envidia, el odio y la perversidad se maquillen de adversarios que pretenden mostrarnos como leprosos políticos, empecinados en maletearnos con su chismografía mediática bien aceitada y aprovechándose de la escasa lectura de mucha gente. Nos reivindicamos, sí, como herederos de nuestros predecesores, hombres limpios y mártires que fueron templarios de la política: mitad monjes, mitad guerreros. Sus ejemplos nos guían, sus biografías nos inspiran, sus sacrificios nos obligan ineludiblemente a ser leales a sus memorias y a la causa que abrazaron, la causa por la que vivieron, envejecieron y murieron.
Somos realistas, no creemos en mesías que harán milagros ni en magos que ofrecen solucionar todo por arte de embrujo, ya sabemos en qué terminan esos mesianismos aventureros: en el descrédito y en la repulsa del pueblo. No somos sabios que lo saben todo, aunque sí estamos dispuestos a ayudar a quienes quieran saberlo todo; nuestro accionar cotidiano se orienta por un precepto hayadelatorreano sencillo: si sabes, enseña, sino sabes, aprende. Eso hacemos todos los días.
No somos libertinos, ni practicamos el libertinaje. Declaramos que la libertad es el principio fundamental de la convivencia humana. Nos enervan las dictaduras de cualquier signo, entre ellas, la dictadura de la ignorancia. Respetamos la democracia y los canales que utiliza para expresar la voluntad popular, valoramos la participación ciudadana, y creemos que la legitimidad de los gobiernos debe sustentarse en la eficacia y en la transparencia.
Ni ángeles, ni demonios. Somos hombres y mujeres que se adscriben a un ideal, a una doctrina, a una forma de ser ciudadano, a un camino para hacer Patria, a una herramienta para servir a los demás. Hemos cumplido 85 años. Casi nada para la gran tarea que tenemos aún por delante. Otros nos relevarán, tomarán la posta y perseverarán en la causa. Nos iremos y continuarán llegando. Y así, seguiremos siendo lo que creemos, lo que simbolizamos, lo que protegemos, lo que defendemos, lo que mostremos que somos, lo que hagamos ver que somos.