En forma inaudita, el vasto, innumerable, gremio de delincuentes del país decidió tomar las calles para realizar una enconada jornada de protesta. Entonces, de todos los tugurios y albañales del delito, de todos los huariques dedicados al arte del asalto, de todos los meandros confabulados con la chorería cotidiana, surgieron los curtidos forajidos para manifestar su voz de protesta. Armados con puñales pendencieros, chairas afiladas, machetes de corte fulminante, pistolas de balas asesinas y otras herramientas utilizadas en la profesión, realizaron la jornada ante el asombro de las pobres gentes que jamás pensaron que esos señores se iban a atrever a tanto. Pero así fue y para que la medida tuviera más impacto eligieron las bombardeadas calles de la ciudad de Iquitos, lugar donde se daban los robos más escandalosos y a todo nivel. De esa manera, durante unas horas, dicha urbe fue tomada por los amigos de lo ajeno y nadie pudo hacer nada para impedir la jornada.

La marcha de los forajidos comenzó en la plaza 28 de Julio. Era la primera hora de una mañana espléndida de sol y los delincuentes, divididos en varias columnas furiosas, tomaron la calle Huallaga. En la esquina se detuvieron a cantar consignas contra los enemigos del gremio que últimamente robaban más que ellos. No se trataba de los venezolanos como podría pensarse o de otro contingente de uñas largas. Se trataba de las mismas autoridades que detentaban el poder y que no dejaban de zamparse los presupuestos. Era una mala competencia que conspiraba contra el poder adquisitivo de los verdaderos choros que se sacaban la mugre para obtener sus ingresos. Luego el colectivo avanzó en medio de consignas, insultos y muestras de beligerancia hasta la esquina de Huallaga con Putumayo. Luego el cortejo enrumbó hacia la plaza de Armas. En ese ámbito los delincuentes improvisaron un mitin público y exasperado donde sacaron la mugre a sus competidores que se llevaban la parte del león.

Nadie, ningún uniformado les podía meter palo o detener, porque los protestantes habían sacado un permiso oficial. De tal manera que los asaltantes, escaladores, monristas, cuadradores, escapistas, arranchadores, reducidores y demás miembros del gremio, se despachó a su gusto y parecer. La protesta, desde luego, ocasionó el estallido de la furia de los cuestionados. Las autoridades de todo pelaje y filiación, aun los secundones y subalternos, iniciaron una ofensiva través de las redes sociales. El tiempo ha pasado desde esa singular marcha de protesta y hasta ahora ambos bandos no dejan de lado un enfrentamiento sin cuartel ni armisticio.