Cuando hablo con mis padres por el watsap ellos me cuentan episodios de sus vidas. Hace poco mi hermano le envió a mi padre una foto de una provincia de la patria de su infancia, era el lugar donde quedaba la fábrica de la Astoria, por allí pasaba el río Nanay lo dice con dejo de nostalgia mi viejito. Mi padre y mi hermana en la familia son parte de la asociación sin fines de libro de la nostalgia. A corta distancia le sigue mi hermano. Me cuenta que él vivía por allí, relata sus travesuras de párvulo, me detalla el funcionamiento de la fábrica, el equipo de fútbol de entonces, los comederos y las comidillas, el día a día de esos momentos en que la fábrica funcionaba. Sin querer, la foto levantó la espita a los recuerdos que él los tenía acumulados a borbotones. Le digo que me siga contando porque me interesa. De pronto se calla, me mira. Me dice, no, ayudado en coro con mi madre que es su compinche – es la notaria de la familia o quien da fe de las historias que se cuentan. No te quiero seguir contando más porque tú tergiversas la historia, me suelta el trallazo. Así no vale. Le añades palabras y personajes como Miguichu y cambias totalmente la historia. Le digo que eso es justamente el trabajo de ficción. Se cierra en banda en complicidad con mi madre y calla. Me espetan: tú paras inventando cosas. Trato de convencerle del trabajo de ficción y nada. Igual me pasó con la presentación de la novela El búho de Queen Garden Street, las alumnas del Sagrado Corazón de Iquitos se llevaron una gran decepción al decirles que lo que en la novela se contaba pertenecía a la comarca de la imaginación, pensaban que Teresa era F, por ejemplo. Hace poco leía el libro de Romeo Bodei Imaginar otras vidas donde él acuña el vocablo atopía. Dice que el mundo de la ficción es ciudadana de este mundo. La define a la atopía como una región inclasificable, que no pertenece ni a la realidad absoluta ni al de la utopía, es de una línea imperceptible. Me parece que Bodei está en la línea de Aristóteles en Poética. Si careces o sobredimensionan de verosimilitud es un serio déficit a la historia, el secreto de contar es dar en el justo medio para que pueda funcionar en la cabeza del lector o lectora que tiene todo el derecho de no seguir leyendo el libro. En ese sentido, a modo de petitorio ojalá mis padres se atrevan a seguir contando sus historias, las escucharé con atención.

 

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