Una aproximación a lo que hizo y dejó de hacer en Iquitos y Río Tercero.

Sergio Fontanella Bobo llegó desde Río Tercero hasta Iquitos junto a dos paisanos más con la intención de establecerse en alguna ciudad brasileña. Él, el más osado y buscavida del grupo, decidió quedarse en Iquitos porque desde el primer contacto la ciudad lo deslumbró. Su tierra natal pertenece a la provincia de Córdova en Argentina, un pueblo de 60 mil habitantes, donde desde muy niño se vinculó a la vida nocturna porque su padre administraba una discoteca. Cuando ya un poco adulto él creó su propio negocio. Así tuvo dos discotecas llamadas “Quinci” y “Atilob”. La primera en una provincia serrana de argentina conocida como “Villa Carlos Paz” y la segunda tuvo el extraño nombre de “Atilob” en homenaje a su padre, a quien en el pueblo le conocían como “Bolita”. Por eso decidió rendir un homenaje a su progenitor llamando por la pronunciación al revés de ese apelativo. Siempre en busca del éxito, la discoteca fue un fracaso y una de las razones de su partida hacia la excolonia portuguesa en el Amazonas.

“Era de aquellos que cuando perdía en los negocios se las ingeniaba para ser el único en ganar”, nos dice uno de sus paisanos que lo conoció desde pequeño. Ese fracaso le dejó con deudas y varios acreedores que le impedían vivir con tranquilidad. Así que convenció a dos de sus compañeros para emprender el viaje hacia el Atlántico. Dejó a su familia, pero también muchos que no tenían la fórmula para cobrar las deudas. Con todo eso pisó suelo iquiteño.

Había heredado el ímpetu empresarial de su padre. Bolita fue en sus inicios un comerciante mayorista de vino. Quizás por ello Sergio antes de cumplir los 18 años ya se desempeñaba como comerciante y llegó a ser dueño de varios centros de diversión. En su máximo esplendor tuvo discotecas con capacidad para 2 mil y 3 mil personas.

Varios -que prefieren mantener su identificación en reserva- aún le recuerdan cachueleando con un motocarro alquilado. Pero era evidente que no pretendía quedarse en ese rubro. Soñaba con más y por su propio empleo se contactaba con gente de cierta solvencia económica. Como su hablar era atractivo y se hacía ganar la simpatía de la gente pronto se vio en reuniones con empresarios y jovencitas de ambos sexos que le abrieron los ojos y las puertas para emprender nuevos negocios. Con un poco más de dinero y su espíritu de conquistador pronto se hizo conocido en el ambiente donde le llamaban “el argentino” o “ché”.

Quienes fueron consultados por Pro & Contra para darnos detalles de sus inicios prefirieron no hablar porque piensan que luego de su muerte tan violenta pueden verse involucrados en las investigaciones. Es improbable que eso suceda porque de sus inicios pocos se ocuparán. Pero sí de su final y los “motivos” que tenían varios para decidir quitarle la vida de la manera más cruel y despiadada.

Sergio, por sus amoríos y apetencias, poco a poco se fue metiendo en el negocio fluvial. De las embarcaciones que prestan servicio a las compañías petroleras. Con mucha osadía mezclada de inteligencia para saber dónde está el dinero para juntarlo y una habilidad innata para moverse en terrenos grises se hizo de flota propia. Era dueño de un negocio no sólo exitoso sino con proyecciones infinitas: lancha y petróleo. Hasta que le vino el escándalo cuando el involucraron en negocios de lavado de activos y con tentáculos en esferas del poder gubernamental de entonces y tuvo que marcharse a Argentina casi como vino: en silencio y huyendo.

Fue en su tierra natal donde fue detenido y recluido. Además, aparte de los problemas judiciales en Perú también tenía algunos inconvenientes en su tierra. Sin embargo, salió bien librado de todo ello y regresó a Perú dispuesto a recuperar lo que se había intentado arrebatarle: su patrimonio fluvial. En el camino se creó broncas, como siempre sucede, con socios antiguos y libraba una batalla legal y económica por recuperar lo que sabía le pertenecía. En esas andaba y se había hecho de nuevos amigos en Iquitos. Una de sus últimas apariciones públicas vinculadas a sus nuevos propósitos ocurrió en enero pasado cuando recuperó varias embarcaciones. Se empeñó en mostrar la forma cómo las recibía y entregaba fotos de cómo las habían incautado. No sólo tenía el propósito de recuperar las embarcaciones sino que el Estado le reconociera todos los daños causados por la injusta incautación y, por supuesto, le pagara todo lo que había dejado de percibir. Mucha plata. Eso le creó nuevos enemigos y se movía con cierta cautela por la ciudad. Pero no podía con su genio de amiguero y extrovertido. La tarde que recibió los disparos que le provocaron instantáneamente la muerte, algunos de los protagonistas de las fiestas que organizaba en su vivienda recordaron las buenas carnes, excelente bebida y, sobretodo, maravillosas conversaciones sobre la vida y el amor que sostenían con “el argentino”.

Andaba en esos propósitos de recuperar su patrimonio cuando las balas perforaron su cuerpo. Con ello no se sabe cómo quedan los casos pendientes. Lo que sí se sabe es que Sergio Fontanella Bobo vivió en Iquitos como muchos migrantes: con amigos y enemigos. A pesar que en los últimos días recibía algunas amenazas nada hacía presagiar que mientras los peruanos lamentaban la eliminación de Perú para ir a Qatar dos personas montadas en motocicleta le dispararan para matarlo y, no contentos con eso, regresen donde ya agonizaba para darle lo que en el mundo del crimen se conoce como tiro de gracia, como si alguna gracia tuviera encontrar la muerte de esa forma.