Vivir y amar en el desorden, en el caos, en el llanto.

Jorge Nájar

Vivo a unas cuadras del solar donde vivió Miguel de Cervantes. Casi todos los días paso por él y un corro de turistas están frente de la casa muy atentos a lo que les cuenta el guía. A trescientos cinco metros de casa, por la calle Atocha, está la imprenta de Juan de la Cuesta donde se publicó la edición príncipe de esta gran obra en lengua castellana. A unos metros más allá está el convento de las Trinitarias donde supuestamente están los restos del creador del Quijote de la Mancha. Y por el barrio de las Letras, a una calle del Olmo, los habitantes recuerdan a su ilustre vecino. Hasta las panaderías están orladas por libros.  Es decir, que por donde camino respiro a Cervantes. Para más detalle, casi a modo de confesión, defendí la tesis doctoral en la Universidad de Alcalá, lugar, presumiblemente, origen de Miguel de Cervantes, de alguna manera somos alcalaínos. Estamos emparentados por el azar y los viajes. Digo todo esto porqué en la floresta, donde hablamos mayoritariamente, el castellano no hubo ni siquiera un homenaje a los cuatrocientos años de la muerte de Miguel de Cervantes, nos importa muy poco, seguramente, hay otras urgencias. Es más, le dije a un conocido de un medio de comunicación en Isla Grande que hiciéramos algo en homenaje a este escritor y a su obra, pero paso de mi propuesta. Quizá le pareció una quijotada más en el marjal donde se lee poco y el Estado hace escasos esfuerzos para promover e incentivar la lectura, y hablar sobre Cervantes podría haber sido un buen punto de inicio. Pareciera que todas las fuerzas se unen para hacer no ostensible a este manchego enfebrecido por los libros de caballería en la floresta. Animo a los lectores y lectoras que cierren los ojos e imaginen por unos segundos a Miguel de Cervantes mirando la floresta ¿la exuberancia le hubiera espoleado más su ingenio literario? O ver su asombro al observar boquiabierto la desembocadura del Amazonas. Me parece que es una batalla perdida pero no hay que lamentarse. Así son estas guerras de los folios y de las memorias, seguro que llegará otro momento. Sin perder denuedo nos sumergimos en una exposición del inventario de libros del Inca Garcilaso de la Vega, toda una mina. Y una exposición “De la vida al mito” de Miguel de Cervantes en la Biblioteca Nacional de Madrid.  Cuando salí de la exposición revalidé la tesis que los escritores y escritoras anidan dentro el gusanillo del Quijote, de ese amor terco por los libros, de vivir en ese mundo paralelo de las palabras y la imaginación. De esa comarca de la que se puede salir desenfocado de fantasía de cara a la realidad. Es abril de tiempo revuelto. Mientras caminábamos con Fofó por la calle Cervantes en el Barrio de las Letras me perdía en esas disquisiciones sobre la escritura y sus repercusiones. Y como colofón a este mes y año de Cervantes, al llegar a casa, en la casilla de correo el mismo 22 de abril, me llegó desde Francia el libro de Jorge Nájar “Ahí donde brota la luz”, edición bilingüe en castellano y en francés. Ha sido un gran regalo dulce en estos días donde el espíritu de Miguel de Cervantes recorre las habitaciones de El Olmo animando a luchar contra los molinos de viento. Una quijotada más.