Querida

ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Juan Gabriel podía cantar las canciones más anónimas, jugar con las manos, galantear a las nueve bellezas que daban la coreografía perfecta, mirar solapadamente a todo el coro peruano. Pero el tema símbolo tenía que aparecer en algún momento. Y apareció a las tres horas con cinco minutos del concierto

En medio de reventas y canciones nostálgicas el autor de la nota nos traslada a un concierto maravilloso no solo por los actores sino por los recuerdos que provoca. Los que han pasado la base cuatro y más entenderán que Juan Gabriel es un símbolo de la música romántica latina y “Querida” es su máxima expresión en el tema de amar y ser amados.

“No me provoquen, no me provoquen”, fueron las primeras palabras pronunciadas por ese monumento de la interpretación latina y universal. Y con ello concluía una de esas vueltitas faranduleras que hemos visto en diversos videos del divo. El concierto estaba programado para las nueve de la noche y a esa hora comenzó. Era el presagio de un respeto al respetable y una química constante con el mexicano que ha escrito en tiempo record canciones sobre la patria, donde llegó a decir con una exageración que se le entiende y perdona “el amor es causa efecto y el Perú no tiene ningún defecto”.

Después de un recorrido de cerca de sesenta minutos por sus canciones más anónimas donde ratificó su calidad interpretativa Juan Gabriel fue entrando en el mejor de los ambientes y en el mejor de los mundos: el amor. Con una voz que después de cuarenta años ya muestra el inexorable paso del tiempo el descubridor de celebridades del canto mostró su lado más humilde al despacharse en halagos al cajón peruano, a la música nacional y a la belleza femenina que tuvo en Maricielo Effio una representante tierna, sensual y atrevida. Salvo el desperfecto del micrófono –lamentable en un espectáculo de esa importancia y de ese costo- que tuvo que ser cambiado discretamente en medio del show las casi cuatro horas de encantamiento no dejaron lugar para los descontentos.

Vestido con un sastre verde fosforescente que de vez en cuando dejaba traslucir el forro rojo Juan Gabriel deleitó a un público que bordeaba la base cinco y algo más. Ante los gritos de amor recíprocos y el lanzamiento a veces impertinente de una que otra flor el escenario mostraba un color para cada canción. A mis dieciséis se interpretó con la foto de la época y si a alguno no le salió las lágrimas fue porque realizó un esfuerzo tremendo ya que en el rostro del cantante se dibujaba una nostalgia propia de quien ha nacido para cantar, aunque diga que no nació para amar. Sus taquitos provocadores mientras el cajón peruano hacía de las suyas ante las manos morenas de hombres y mujeres. Sus guiños cómplices a ambas esquinas y “a los que están más lejitos” fueron los ingredientes de una noche limeña donde se escuchó Chiclayo, Ayacucho, Arequipa, Trujillo… Iquitos, sí la tierra nuestra y, a lo lejos se escuchó algunas voces femeninas que exclamaban “viva Iquitos”. Luego de la hora de calentamiento, o enfriamiento también se puede decir, llegaron las inevitables e inolvidables. No todas, pero casi todas.

Y es que Juan Gabriel es un autor y compositor que ha hecho del amor un insumo para sus canciones. A veces quiere reemplazar, felizmente sin éxito, a la costumbre por el amor. Pero si nos ponemos especiales tendremos que aceptar que el amor siempre triunfa en sus poemas. Y es que no puede ser de otra forma cuando se ha escrito sobre el amor que tiene, como ustedes sabrán, su dosis de arrepentimiento, de comenzar de nuevo, de traiciones sin importar el género, de perdones tantas veces como sea necesario. Pero todas dichas y hechas con el respeto debido, por favor. Y es que las palabras acompañadas de las manos pueden ser devastadoras. La palabra es fuerza, el gesto también lo es. Y Juan Gabriel con voz y mano nos deleitó hablando de todo lo que tiene el amor, cuyos ingredientes han sido señalados oportunamente en este párrafo.

Ya terminado el concierto es inevitable buscar otra celebración. Lanzarse a los recuerdos. A los tiempos del vagabundeo. A los meses –octubre para ser más exactos- de ese 1984 inolvidable en el que dimos rienda suelta a los años juveniles y donde uno quiere encontrar paredes para romperlas porque todos te dicen que eres el futuro y en lo que menos piensas es en ese futuro que todos te lo pintan promisorio, pues. En ese ambiente devastador apareció “Querida” para poner freno a las velocidades amatorias. Y se convirtió en inolvidable. Por eso, cada cierto tiempo, ya sea en el auto de un amigo, en el microbús de la capital o donde sea, al escuchar ese tema mi mente se traslada en cuerpo y alma a ese octubre del año en referencia para soltar unas lágrimas por el tiempo ido y vivido. Por eso al enterarme que Juan Gabriel se presentaba el 29 de setiembre encargué la compra del boleto con dos meses de anticipación. Quería ver en vivo y en persona a ese monstruo de la música bien hecha y mejor interpretada. Y quizás por temor a ese reencuentro con el pasado semanas antes del concierto había decidido revender la entrada. Y para mi buena suerte nadie quiso comprar. Así que obligado por las circunstancias no tuve más remedio que dirigirme solito al estadio nacional a reencontrarme con ese pasado vagabundero. Y fue extraordinario. No hay palabras, manos, gestos que pueda graficar lo ahí vivido.

Juan Gabriel podía cantar las canciones más anónimas, jugar con las manos, galantear a las nueve bellezas que daban la coreografía perfecta, mirar solapadamente a todo el coro peruano. Pero el tema símbolo tenía que aparecer en algún momento. Y apareció a las tres horas con cinco minutos del concierto. Mira mi soledad, mira mi soledad, que no me sienta nada bien, querida, hazlo por quien quieras tú y un jadeo más oportuno que nunca. Y que mire mi soledad en este nada primaveral setiembre limeño que es el preludio para el octubre que ya comienza. Y, tal como en 1984, me agarra cantando a la compañera que escogí para la vida. Que mire mi soledad, que mire mi soledad, que no me sienta nada bien. Porque los tiempos cambian, el clima cambia, las estaciones cambian, las personas cambian. Pero lo que nunca cambiará es el amor. No como esa palabra abstracta que todos pronunciamos para lograr propósitos amatorios. No. Sino ese sentimiento humano tan venido a menos y que es el motor y motivo para la grandes obras. Sin amor nada soy, se repite en el evangelio. Y eso es lo que uno siente que ha reafirmado luego de apreciar a Juan Gabriel. A pesar de la soledad uno se da tiempo para enviar un mensaje de texto a la mujer que ama con estas dos palabras: “te amo”. Y ratifica que el amor es más fuerte que la costumbre y no que la costumbre es más fuerte que el amor, con todo respeto señor divo, permítame esa discrepancia. Antes que la costumbre ya existía el amor. Antes que usted naciera el amor ya había visto la luz. Prueba de ello es que nunca me acostumbraré a la soledad y siempre el amor nos protegerá a pesar de la distancia entre dos seres que se aman. Ustedes me entienden. Y espero que Juan Gabriel también.