Prestigiar la política
Moisés Panduro Coral
Quiero compartir con ustedes unos temas internos que hoy venimos debatiendo, y que ha sido motivo de un enriquecedor conversatorio que tuve con los muchachos y las muchachas que han tomado la decisión hace poco de inscribirse en nuestras filas. Es bueno que se enteren los apolíticos, los que pertenecen a otras agrupaciones y los que reniegan con justicia de las mediocridades y de las corruptelas de la clase política que hay una genuina inquietud de los jóvenes por quitar a la política ese estigma de desprestigio que de algún modo nos castiga a todos, a quienes militamos y a quienes no militan, a los viejos y a los jóvenes, a los nucleares y a los periféricos, a los que simpatizan con nosotros y a los que se consideran nuestros adversarios, a los indiferentes, inclusive.
Partimos del hecho concreto de que la política está desprestigiada. No es un descubrimiento, ya lo sé. El desprestigio se siente, se palpa, se ve. Y por eso la pregunta que retumbó sincera y enérgica en este conversatorio fue ¿qué debemos hacer para prestigiar la política?. La lanzó una jovencita, hija de un gran amigo mío, futura economista. Lo primero que debe hacerse para prestigiar la política, les dije, es hacer que la política sea un acto responsable. Pregunté a ellos qué significaba para sus años mozos ser responsable, políticamente, hablando. Y éstas son las respuestas.
Ser responsable en política, en palabras de Haya de la Torre, es prestigiarla, que no se le vea como un modus vivendi, ni como una plataforma para cometer tropelías, o un destino de privilegios en el universo de la necesidad. Es oponer la acción creativa al congelamiento al que llevan la inacción y la parálisis ideológica. Es sustentarlo en las raíces populares, representando y canalizando la demanda de las mayorías por progreso y justicia social, cumpliendo compromisos que van más allá de la circunstancia de un gobierno.
Hacer política responsable es también combatir el soborno y la estafa, en particular, y la corrupción, en general, una tara social de décadas en el Perú, tan mentada por todos, tan verbalistamente despreciada, pero tan afincada y expandida en todos los tiempos en los niveles públicos y privados de nuestra sociedad. Hacer responsable la política, es hacerla fraterna, liberarla de la bajeza y del rencor cainita, de los anatemas, del insulto paroxístico, de la agresión del cobarde, de los judas que en su afán arribista no dudan en traicionar a sus propios compañeros. Es desterrar la mentira y la demagogia electorera y reemplazarla por la verdad, el realismo y un invariable sentido de lo que es ser estadista.
El llamado de Haya de la Torre para forjar una política responsable tiene, sin embargo, una premisa nítida. Hay que incorporar nuevas ideas, nuevos hombres, nuevos métodos. En otras palabras, hay que renovar el pensamiento sin perder el norte de los principios doctrinarios que sostienen la obra forjadora del aprismo. Renovar no es claudicar de los valores prístinos del aprismo, y tampoco interpretarlo según conveniencias de grupo ni particularidades freudianas o crematísticas, a veces pintorescas. Renovar es afirmar los principios, sostenerlos y enriquecerlos con las lecturas y aportes de la ciencia, la filosofía, la realidad y la experiencia vital.
Dotar de un armazón responsable a la política es promover una permanente renovación de cuadros, lo que llega cuando se facilitan oportunidades a las nuevas generaciones, no por ser seguidor interno de tal o cual líder, sino por capacidades y destrezas técnicas, foja de servicios amplia y transparente, conducta ciudadana honesta y correcta, formación política sin dobleces, y lealtad a la causa. Esto no significa que dejemos atrás la sapiencia y las virtudes de nuestros predecesores, ni menos ningunear su valiosa contribución al aprismo. Se trata, en todo caso, de entroncar lo positivo de lo que los militantes pueden dar, desde abajo o desde arriba.
Finalmente, una política responsable es aquella que revisa constantemente sus métodos de acción política. Hoy, necesitamos revisar esos métodos más que nunca. No para ir contra la democracia en sí que es el marco de referencia primordial, ni para “construir” una democracia interna mal entendida y clamorosamente debilitante de nuestras fuerzas, tampoco para “profundizar” una democracia que a todas luces se ha prostituido con la reproducción de los vicios externos que nosotros mismos hemos criticado en el pasado como son el clientelismo, la inicua compra de votos, la manipulación burda de procesos; sino para entender mejor nuestro papel como partido político en el sistema democrático del país.
¿Porqué existimos como Partido?, ¿para qué aspiramos el poder?, ¿qué es lo que centralmente nos motiva?, ¿cómo debemos actuar para obtener el poder, en el entendido que tener el poder no es igual que ganar una elección?, ¿en qué tramo de nuestro recorrido histórico estamos?, ¿qué mecanismos debemos diseñar para ejercitar con eficacia el poder y ampliar nuestra base social, dejando atrás el reduccionismo radicaloide que se aferra al siglo XX y también el simplismo de una modernidad que se asfixia a sí misma?. Estas preguntas hay que hacerse cuando se hable de política responsable.
Pues bien. Salí de este conversatorio con el corazón pletórico de convicción. Prestigiar la política ha sido siempre nuestro propósito, con todos los defectos y limitaciones propias de la naturaleza humana. Y hoy es una tarea de las nuevas generaciones. Creo que no hemos arado en el mar, no hemos predicado en el desierto, no hemos vivido hasta aquí en vano. Nuestros tropiezos nos enseñan. Y de los fracasos se aprenden. De los triunfos, también.