Pasión y amor
En el fútbol estamos como en comprensión lectora, es decir, últimos. Hay que repetirlo no solo para que nos duela sino para que dejemos de una vez por todas en repetir cada vez que se acerca un partido, los goles de “Cachito” enla Bomboneraen las eliminatorias del Mundial de México 70.
Todos queremos ver a Lionel, no nos hagamos los locos. Y la historia favorece a la blanquirroja, ya sea con Cachito, con Oblitas o con Chorri. Pero más allá del resultado del martes habremos comprobado que el fútbol es pasión, aquella dosis indesligable del amor que se enfrenta a la lógica y nos vuelve unos pequeños vagabundos que creemos que en 90 minutos de juego podemos revertir todo lo desandado.
ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
El fútbol es pasión y primo hermano del amor. Quienes crean que es una exageración solo tienen que limitarse a ver lo que sucede alrededor. Y, ojo, que no me refiero –únicamente- solo a los previos, post y holt del Perú-Venezuela ni a los pormenores del Perú-Argentina. Absurdo fuera, como dice la canción criolla de nuestro amplio repertorio patrio. Un partidito de barrio, una pichanguita ya sea infantil o master desenreda y desemboca nuestros más recónditos deseos o, por lo menos, todo lo animal que llevamos dentro y nos hace vociferar improperios, lanzar los más temibles insultos y gritar nuestras más complacientes palabras.
Perú está último en la tabla de las eliminatorias y lo más probable es que no vayamos a la sede brasileña del Mundial 2014 porque por encima de esta frase complaciente: “en el fútbol no hay lógica” la verdad verdad es que quienes triunfan en este deporte –como en casi todas las cosas de la life- son los que se esmeran por entrenar y llevar una vida acorde con el propósito que persiguen. El resto, naranja. En el fútbol estamos como en comprensión lectora, es decir, últimos. Hay que repetirlo no solo para que nos duela sino para que dejemos de una vez por todas en repetir cada vez que se acerca un partido, los goles de Oswaldo Ramirez enla Bomboneraen las eliminatorias del Mundial de México 70. Después de 43 años de esa jugada estoy seguro que muy pocos reconocerían a “cachito” Ramírez en las inmediaciones del “coloso de José Díaz”. Y no hablo del que juega en Brasil. No, ese es otro cachito que nuestra amplia y grandilocuente prensa deportiva crea y recrea para mantener aquello de “eso es lo que le gusta a la gente”, frase célebre del abultado Alfonso “Pocho” Rospigliosi, que ya no está entre nosotros pero que comandaba esa tribuna donde se pronunciaban los más bellos versos futboleros. Así que tampoco que nos entusiasmen tanto con los cuatro fantásticos porque de bombarderos, guerreros, foquitas y murallas estamos un poquito empachados. Pero volvamos al inicio del párrafo. Estamos últimos. Y a pesar de ello la gente grita, se entusiasma y el delirio es su divisa no solo para alentar a la “bicolor” sino para las odiosas comparaciones. Que la vinotinto nunca nos ganó en el Nacional, que los jugadores peruanos están motivados, que Venezuela carece de juego de conjuntos, que los peruanos están en deuda con la afición. Y así se puede escribir carillas y cartillas al por mayor. Pero miramos las estadísticas y lo más probable es que esperemos para otra oportunidad la posibilidad de estar entre los grandes.
Y llega la noche del partido. Los revendedores se desesperan. Se supone que la reventa es para ganarse alguito. Un poquito más del precio en boletería, se supone. Pero una entrada que cuesta oficialmente 300 te la ofrecen a 80 y uno se siente burlado, embaucado. Pero ya está en las inmediaciones y solo tiene que moverse. No queda otra. Con una chalinita de regalo y, si prefiere, una vinchita coyuntural que recuerda al FREDEMO ingresa al escenario y se encuentra –qué chico es este mundo- con una paisano por aquí, otro por allá. Y comienza el partido, no sin antes participar en una que otra olita con muchedumbre en este invierno limeño. Atacamos como siempre, no metemos goles también como siempre y, como toda la vida, faltando pocos minutos para el final del primer tiempo, los venecos nos meten el gol del silencio y aprovechamos para echarle la culpa al árbitro. Y todo tipo de barbaridades. Y como veo a mi alrededor gente desanimada solo atino a decir: “mi brujo me acaba de decir que no perdemos, podemos empatar y hasta ganar pero perder jamás”. Y yo le creo a mi brujo, que nunca acierta pero le seguiré creyendo por los siglos de los siglos porque uno –como en el amor- necesita creer en algo por más mentiras que compruebe. Y comienza el segundo tiempo. Y Maurilio, ese hijo que me salió más fanático del fútbol que su abuelo Carlos, me pica esta frase: “tenemos que meter un gol antes de los diez minutos sino ya fuimos”. Y al minuto con 25 segundos llega la foquita para alegrarnos la vida. Devolvernos la esperanza en no sé qué y gritar a todo pulmón que no nos ganan. Que la vinotinto es para brindar, más no para ganar. Y a los pocos minutos otro gol más y por la tribuna un alboroto, no una bronca entre venezolanos y peruanos. Para nada. Un joven de 23 años llamado Jorge Armando Estrada Naranja sufrió un infarto en el primer gol, y antes de finalizar el partido su corazón paró definitivamente. Después llegaron las denuncias de negligencia, que en la ambulancia solo estaba el chofer y ningún médico. ¿Y dónde estaba el médico? Viendo el partido pues hermano. Y nos preparamos para ver a Argentina, qué Argentina. Todos queremos ver a Lionel, no nos hagamos los locos. Y la historia favorece a la blanquirroja, ya sea con Cachito, con Oblitas o con Chorri. Pero más allá del resultado del martes habremos comprobado que el fútbol es pasión, aquella dosis indesligable del amor que se enfrenta a la lógica y nos vuelve unos pequeños vagabundos que creemos que en 90 minutos de juego podemos revertir todo lo desandado. Está bien que el fútbol peruano tenga cara de pocos amigos y que los resultados jueguen en nuestra contra. Pero nosotros, mortales al fin, seguiremos vibrando con los goles de Cubillas, las jugadas de Farfán y viendo –como en el amor- las más bonitas caras en medio de los rostros más impresentables. Así es el fútbol, señores.