París es más que una fiesta

ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

En realidad toda Europa tiene una imagen fílmica. Seguro porque cada calle que uno recorre o cada paisaje que uno observa inmediatamente lo traslada a alguna película vista ya sea en el cine o  los dvds piratas que se compra en polvos azules o se recompran en las calles de Iquitos.

Pero, claro, caminar en Paris con aguacero no es igual a leer los versos inmortales de nuestro poeta inmortal César Vallejo. Una noche con lluvia tenue caminando por la Rue Saint Honoré o por la Rue de Rivolí es más romántica, ilustrativa e histórica que todos los versos de todos los poetas juntos. Vallejo, Neruda, Calvo, Darío. Porque no solo el romanticismo está impregnado en los árboles otoñales de este Paris de noviembre sino el peso de la historia. Los años no pasan en vano, qué va. De los hechos que leímos en los textos escolares o los que nos narraron los profesores de Secundaria solo queda las palomilladas de adolescentes y algunas imágenes de fantasía juvenil sobre Napoleón, María Antonieta y hasta de la Gioconda y/o la Mona Lisa si quieren. Pero, seamos sinceros, ya estamos más preocupados en los indignados que se valen de la globalización para protestar que de las excentricidades del ganador de cientos de batallas que son el orgullo de los galos. Estamos más preocupados en la salud de la recién nacida francesa producto del amor Sakozy-Bruni y la reforma que permite que Nicolás lleve como apellido el de Carla y no estamos detenidos en conocer las enajenaciones monárquicas de quien hizo del reynado francés una dilapidación confrontacional. Pero así es la vida, con manguaré, chasquis o internet.

Pero recorrer los Campos Eliseos mirando abobados que los árboles prevalecen como no sucede en lo que nos han dicho que es el pulmón del mundo es un choque. Benévolo choque, sí, pero choque de todas maneras. Y mientras se recorre lo que antes fue paso obligado de Leonardo da Vinci, entre otros, uno no deja de dar gracias a la vida porque este París no será una fiesta pero merece saborearla, degustarla, aprovecharla. Seguro, digo, ensimismado ya, que por estas calles gastaron sus zapatos Ceccarelli, Bendayán y Saavedra. Tanto Gino como Christian y Miguel se habrán quedado maravillados por el aire artístico que se respira en estas aceras. Uno con más permanencia que los otros. Hoy me explico cuando cada uno de los tres en distintos momentos usaba la palabra “maravillosa” para describir a la capital francesa. Es eso: una maravilla. Lo firmo.

Y eso que recién es el comienzo. Porque falta narrar la emoción que se siente al ver desde 205 centímetros de distancia quizás la pintura más reproducida y conocida en el mundo o la expectativa vivida al estar en el preciso momento en que se prenden las luces de la torre Eiffel o la carga vivencial que produce recorrer los patios del Palacio de Versalles o, si prefieren, presenciar un día cualquiera en el parque Luxemburgo cómo se filma una película con uno de los actores contemporáneos más famosos. Para todos los gustos. Absolutamente.