Un fenómeno sin precedentes se está generando en el país. Un fenómeno que parte en dos a nuestra sociedad, la vuelve bipolar y hasta esquizofrénica. No es exageración. Si no, nos remontamos a las imágenes de una población afiebrada que acompaña el bus que se va al aeropuerto con los seleccionados adentro, sólo para tocar el frío metal del bus. Se jala los pelos, se toma selfies, corren, gritan, y añoran tocarlos. Unos semi dioses que se han recreado y magnificado por una prensa que factura con ellos.
La culpa no la tiene Paolo Guerrero. Él ha tenido la suerte de ocupar esa ausencia generalizada de líderes en nuestro futbol mediocre, generar empatías en un grupo conformado por jugadores que militan en equipos de media tabla o equipos sin mucha relevancia. Se ha formado el conjunto, el equipo, y ha coincidido con Ricardo Gareca un entrenador que conocía de las debilidades de nuestro futbol.
Y con todo el desmadre que si iba o no al mundial, la sociedad terminó por partirse y la fiebre se elevó a mil. Ya no hay noticia que valga la pena sino tiene que ver con Paolo Guerrero. Que saliendo del hotel, saludando a sus colegas, el color de su camisa, la forma de su mochila, las lágrimas de su madre, la fiesta en su barrio, el guiño de su enamorada, la llamada de Vizcarra, el abrazo con Oviedo, la habitación que ocupa y cualquier detalle es noticia grandilocuente.
Dos sociedades, pues el sur está en estado de amenaza de huelga permanente. Ha tomado en serio que el incremento al Impuesto Selectivo al Consumo (ISC) perjudica directamente los bolsillos de la gente que menos tiene y saludan la decisión que Paolo Guerrero vuelva a jugar, pero no le perdona a Martín Vizcarra que se haya alineado con una política que ha estado de espaldas de la gente. Si quiere recaudación directa, que les cobre a los amigos de la Confiep que deben miles de millones, gritaban miles de arequipeños en un paro que se acató ayer en un 95% y sin violencia.
Pero parece que esos amigos ahora son suyos y por eso el descontento es mayor. Al mismo tiempo y con la misma desazón en Lima, la otra sociedad que no le interesa por completo a los medios de comunicación masivos, a las grandes corporaciones, la gente marcha exigiendo que se cierre el Congreso de la República. Ese organismo al que Vizcarra le tiene miedo porque entiende que su supervivencia depende de ellos. Hasta julio durará este romance y de ahí no sólo será el sur sino el hartazgo se generalizará, que además se embalsaba desde Ollanta Humala y se desatoró en parte con la salida de PPK pero creo que volverá con un final insospechado.