A la selva se la relaciona con el petróleo, entre otras cosas. Por lo menos eso era en la década del 70 cuando se habló del boom de ese recurso. Que en realidad no fue boom sino bomba social para muchas cosas en las diversas ciudades de la Amazonía. Y por eso una de las canciones emblemáticas es “la danza del petrolero”. Pues en torno al petrolero hay una mirada social, económica y familiar. A partir del petrolero se puede explicar los diversos procesos en la Amazonía.

A la selva se la relaciona con la música. Hasta nuestro hablar es un poco cantado. No es gratuito que haya temas musicales más famosos que el juane. No es exageración. De un tiempo a esta parte, coinciden amigos consultados, la selva y los amazónicos se han vuelto imprescindibles. Eso, además de orgullo, debería llenarnos de responsabilidad. Mucha responsabilidad.

Lo que he vivido por pocas horas en el jardín de Estudios Generales – Ciencias de la Pontificia Universidad Católica del Perú el jueves último es maravilloso. Contagiante. Alucinante. Imitante. La presentación de “Los Mirlos” estaba programada para las 12 del mediodía. Llegamos a la ciudad universitaria quince minutos después. Ahí estaban los músicos, arreglando sus instrumentos. Los estudiantes pasaban alrededor. Indiferentes, me decía. Ocupados en los Smartphone. Con los audífonos tapándoles no sólo los oídos, me decía. Hasta que el baterista, el bajista, el vocalista y todos los músicos empezaron las primeras notas. Se acercó una pareja, dos parejas, decenas de jóvenes que desprejuiciados –como debe ser- saltaron y gozaron. Bailaron, hicieron el trencito y más mientras pandillaban por todo el jardín. Una confusión fenomenal. Los timbales sincronizados, el percusionista ensimismado, el bajista posando para las cámaras y el vocalista mandando saludos a todos, con nombre y todo. ¿Es posible que a las dos de la tarde de un jueves se arme la jarana selvática en uno de los patios de una de las principales universidades del país? Sí es posible. Cero alcohol –quizás mi único desacuerdo con esa fiesta- e infinita buenas vibras.

Tan buenas vibras que “Los Mirlos” anuncian su retiro y la gentita pide que se queden. Como todo artista que se respete, insisten en su retiro y reciben la misma respuesta: “No se vayan, quédense, queremos más”. Ellos, cumplen con el respetable y dan más. Hasta que termina el espectáculo. Y en pocos minutos, la fiesta ha concluido. Los alumnos regresan a las aulas y mi espíritu selvático pide más. Más fiesta, más jarana, “la del estribo” llevada a la música. Mientras los integrantes de la orquesta se confunden en selfies con su fans, retrocedo y pienso. No, no pienso, pregunto: ¿Por qué las autoridades universitarias en Iquitos, en la selva, se niegan a hacer cosas así? Mejor bailo la danza del petrolero.