El mandatario Martín Vizcarra no es habido desde hace tiempo. Nadie sabe por dónde anda ni dónde atiende a la gente. Los señores ministros no llegan a sus despachos y andan de casa en casa, escondiéndose de la acción letal de los forajidos. Los altos funcionarios estatales brillan por su ausencia y se dice que han viajado al extranjero antes de caer en manos de los delincuentes. Las demás autoridades de la capital peruana hacen lo mismo y nadie sabe a qué  atenerse. Todo es caos y el Perú es un país equivoco, extraviado en la noche más oscura. Nadie sabe en qué terminará  todo esto. ¿Qué ocurrió para que de pronto las cosas cambiaran y para que el país se volviera ingobernable. Todo comenzó cuando el gobierno se empecinó en disminuir el número de custodios de los congresistas.

El congreso peruano, en pleno uso de sus facultades, con conocimiento de causa y con el fervor de todos sus miembros, emitió una ley que ordenaba el retiro de la guardia personal del presidente, de los ministros y de los funcionarios de más alto nivel. De la noche a la mañana todos esos afectados tenían que moverse sin custodia. Era el despelote, porque de todas partes venían las hordas de asaltantes de cualquier hora a robar a la vista de todos. Ante esa situación el mandatario tuvo que tomar sus medidas y arribaba a palacio disfrazado de cualquier cosa, de bandido, de cura, de monja, de pordiosero. Pero no sirvieron esos camuflajes y los delincuentes asaltaron una y otra vez palacio de gobierno. Ante ello el presidente optó por un gobierno clandestino, y vivía a salto de mata sin dar la cara ni enfrentarse a las bandas de asaltantes que rodeaban los ministerios y otras oficinas públicas.

El país entero está  en la bancarrota ya que el Congreso  fue cerrado por los mismos forajidos que le convirtieron en el centro de sus atracos, de sus asaltos. En medio del desastre colosal, en medio de la ruina final,  se levantan voces que piden que la capital del Perú sea Iquitos donde las autoridades todavía cuentan con guardaespaldas, guachimanes, custodios que defienden a sus patrocinadores de los ataques de los desatados bandoleros.