Un cocama en Dakar
Por Miguel Donayre Pinedo
Era la primera vez que pisaría suelo del continente africano. Estaba tenso y emocionado. El título de esta crónica podría ser el prólogo de una cumbia amazónica. Casi cinco horas separa Madrid de Dakar y estás en otro continente [No se sufre jet lag como cuando se viaja a América]. Las imágenes se me revoloteaban en la cabeza. Almudena me decía que África es otro cantar. Lo vivirás en tus propias carnes. Sí, lo fue. Una compañera de asiento era de Benin, una señora con años bajo el hombro y con una cara dulce, parecía una musa de jazz. Mi limitación sigue siendo el puto francés. Apenas le sonrío y ella me devuelve con una sonrisa de abuela compasiva. En el avión viajan muchos pasajeros del África negra. Las chicas jóvenes y guapas tienen una estética a lo Naomi Campbell, el pelo planchado. Cuando les comenté a unos amigos peruanos que viajaba a África sus primeros comentarios, como no, fueron racistas. Cuando se les advierte de tamaño gazapo discriminatorio señalan y juran que no lo son. Al llegar al aeropuerto Léopold Sédar Senghor, el orden brilla por su ausencia, es un chongo. Se forman colas y se deshacen a los pocos segundos, y vuelven a hacerse a capricho de los solicitantes o de los policías que lo dirigen arbitrariamente. Hay pasajeros que gozan de favores y son exonerados de la cola. Hay una temperatura de caso 35 grados. Es un horno. Casi 45 minutos para que te sellen el pasaporte, pasas esos minutos a regañadientes. Luego debes irte a pelear por las maletas. Algazara. Corros de gente. Respiro luego de la odisea, estoy en África y no me siento ajeno a él. Es como si el ADN nos dijera que estamos en ese continente donde la especie humana salió para esparcirse por la tierra.