Ya saben que en este recorrido impensado en que se ha vuelto mi existencia he tenido la oportunidad de conocer museos de todos los presupuestos y tipos. Y he admirado con beneplácito no sólo esos lugares cerrados que encierran las historias de los pueblos y la grandeza de sus habitantes sino esas construcciones al aire libre que muestran a los precursores y gobernantes que dejaron ideas y obras. Por eso se ha afianzado mi pensamiento que en la tierra tiene que abrirse el campo necesario para que los niños, jóvenes y adultos tengan un lugar donde se eleve la autoestima y se muestre a los visitantes la grandeza de nuestro pasado y la terquedad de los oriundos por mantener las costumbres y hacerle frente al avasallamiento.

En Madrid, por ejemplo, se encuentran utensilios usados por los iquitos. Se puede tocar –a pesar de la prohibición- unos bikinis usados por las mujeres que amaron a los que dieron el nombre a la ciudad capital de la región Loreto. En Washington se puede gozar de la majestuosidad de la estatua de Abraham Lincoln y conocer el aporte de este gran hombre que, como todos, ha tenido sus miserias pero que en el consolidado es motivo de orgullo para los norteamericanos y para quienes no lo son. Ese expresidente norteamericano de más de veinte metros de altura hace que los visitantes le veamos grandioso y sereno. No es una obra arquitectónica monumental pero el solo hecho de tenerlo en esa dimensión ya produce emoción. En el Museo Guggenheim de Bilbao se alzan imponente moles de metal para explicar la importancia de este material en el desarrollo vasco y uno, terrícola como es, cree que está en otro planeta cuando la realidad es que ese museo fue construido por seres de carne y hueso parecidos a los que deambulan por Iquitos. He apreciado con perplejidad los monos, lagartos, tortugas, sajinos y paujiles disecados que se encuentran en el convento Santa Rosa de Ocopa en Junín y que fueron llevados hasta allí por misioneros pioneros de la depredación. Pero hay que admitir que lo tienen bien cuidado.

Después de todo ello y más uno recorre Iquitos y no tiene ni un solo lugar donde conocer la historia bien contada. Pero algo está cambiando. Porque al inicio de semana un extranjero –quizás medio enajenado- ha inaugurado un museo pequeño pero donde hay mucho que aprender. También –aunque he visitado con Percy Vílchez y José Rodríguez el lugar y da pena, todavía- la Municipalidad de Maynas y la Pontificia Universidad Católica del Perú están empeñadas en alzar un museo en la zona del parque zonal. Y hace varios meses un grupo de personas luchan contra el centralismo limeño para que no traben la construcción de un museo amazónico con estándares internacionales. Hay, entonces, motivos para no deprimirse y saber que la cultura va ganando espacio a pesar de los espacios en su contra. Y en ese camino observo con emoción a más de una veintena de jóvenes que le meten ánimo a las actividades culturales.