Mi padre

ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Tú no sabes que la vida
de repente ha de acabarse
y uno espera que sea tarde
que llegue la despedida
un amigo me decía
recompensaré a mis viejos
por la crianza que me dieron
y no le alcanzo la vida.
Vallenato popular

¿Uno escribe para que lo quieran? ¿Se pone en blanco y negro palabras que nos salen del alma y del pensamiento para que lo odien o lo amen más? Puedo seguir con las interrogantes interminables pero termino con esta frase: Uno escribe porque al hacerlo se siente feliz. Plasmar en letras lo que uno está pensando es lo más maravilloso que me pueda pasar. Y eso se lo debo, principalmente, a mi padre.

Así como el pescador siente la felicidad tocando su cuerpo cuando las redes traen buenas especies. Así como el compositor esboza una sonrisa cuando ve en el pentagrama su obra culminada. Así como el futbolista cree alcanzar el cielo cuando mete un gol y grita al unísono con la complicidad de la tribuna. Así como el cantante mira la gloria cuando el público le ayuda a corear los temas que interpreta. Así como un bohemio goza con el olor a barro en un bar de mala muerte donde pasa la vida. Así como un fumador suicida goza con el humo que expele delante de una taza de café. Así como el profesor siente satisfacción al ver que sus alumnos han comprendido sus enseñanzas.

Así –y más- me siento por estos días de noviembre. Porque el mes finaliza con lo que debería ser el cumpleaños ochentaitantos de quien un setiembre del que no recuerdo nada se habrá alegrado con unos tragos y más allá en la lejana Barranca en el Alto Marañón porque abrió sus ojos a este mundo su séptimo hijo. Y ahí paró la fecundación.

Por eso al inicio y final de este artículo presto unos versos de un vallenato. Porque ese viejo que celebró su último cumpleaños en 1998 gustaba de la buena música y del buen abregana. Y no nos dio tiempo para conversar en la vereda de la calle Putumayo como ambos lo deseábamos. Y porque recordarle a él es abrazar a Julia –su esposa de toda la vida, como Dios manda- en su cocina y decirle que pasarán los años pero su imagen está con nosotros. Que los Vásquez Valcárcel que él crío a su manera lo añoran. Disculpen, ¿otra vez?, la columna. Pero me es inevitable. Porque cada vez que llega este fin de mes y escribo en mi oficina su rostro me llama. Su cara me pide que le hable. Y yo le escribo. Que su tumba en el cementerio es reemplazada todos los días por esa fotografía y que uno de sus nietos –que no tuvo la oportunidad de conocerlo- reclama su presencia y le visita constantemente.

Escribo para ser feliz y mi padre fue el artífice de eso. Esta es parte de mi historia y he querido compartirla con ustedes porque todo el vacío que él dejo con su muerte nunca será llenado. Nunca. 

Por que mi viejita ya está cansada
de trabajar pa mi hermano y pa mi
y ahora con gusto me toca ayudarla
y por mi vieja lucharé hasta el fin
por ella lucharé hasta que me muera
y por ella no me quiero morir
tampoco que se me muera mi vieja
pero que va si el destino es así.
Vallenato popular

2 COMENTARIOS

  1. Aquellos que perdimos a ese ser que influencio mucho en nuestras vidas sabemos lo que tratas de decir y compartir senor director,.. Tambien perdi a mi padre vaya que vacio y cuanto lo necesito tambien. excelente comentario Jaime que tambien lo hago mio.

  2. Escribes bien, chato. Pero cuando se trata de hablar de política, t calles en todos los idiomas como si no hubiera tanta cosa que decir de la realidad de nuestra ciudad y sus autoridades. Por ese lado, ´tas bien grave!!!!
    Por otro lado, decir que Maurilio es un santo, bueno, tú santo, es horrorosamente exagerado. Soy católico, pero nadie más SANTO, así, con mayúsculas, que JESUCRISTO.

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