Pum, pum, pum. Iba vestido como un mod en un mundo de yupis y de barbudos hipster, siempre iba a remolque de la moda. Un abrigo largo de color verde para el frío que sentía esos días. Del ropero saqué una bufanda beige y unos zapatos negros, me quedaban ligeramente grandes. Y unas gafas para sol que eran más grandes que su rostro. Así se cubría de la mirada de la gente. Cada vez que alguien te mira te cosifica, era un lema de los años verdes de la universidad. Era una añagaza para mandar al mundo a tomar por saco con cara de pocos amigos, lo recuerda y sonríe (todos  los replicábamos al perro mundo con esas frases estábamos colocados). Pum, pum, pum, el sonido percutía muy fuerte en mis oídos. No había dormido bien ese día. Se levantó, tomó una ducha (sin afeitarme) y salió corriendo de casa sin que nadie se enterara. Desconectó el móvil quería estar fuera de circulación por unas horas. No me jodan. Han sido unos días de mierda. Me llegó la notificación que adeudo tres meses del pago de la hipoteca. No le dije a nadie. Me encerré como un caracol en mí mismo. En mi fuga al bar no traje las pastillas de lactosa y tuve que tomar un largo de café muy amargo y sin leche. He cancelado las tarjetas de crédito que me minaban la moral a final de mes. Es una mala racha, me dije para alentarme. Puta, las finanzas domésticas las manejo mal, gasto más de lo que ingreso o me compro tonterías como un televisor de plasma, muy grande, sin venir a cuento. Pum, pum, pum (sonaba como si se resquebrajara la pared). Por esos mismos días de primavera el jefe nos llamó a todos a una reunión. Todos, con rostros de circunstancias, nos temíamos lo peor. Cada vez que la empresa arrojaba ganancias había despido, es la lógica de la empresa ante las utilidades. Nos dijeron sin ninguna compasión que seríamos despedidos. El jefe con rostro de cara de pan no habló, sino la jefa de recursos humanos, una buena chica en un mal puesto (esos días se divorciaba de su marido, Matildo Burruchaga (a) Fideo, con el que jugaba al tenis, tenía un revés extraordinario). Así sin más. A la puta calle. Nadie dijo nada, nos resignamos con los ojos rojos. Todos mis proyectos para el verano al garete, la playa en Cádiz o un viaje, de inspiración, a Cerdeña en la Spiaggia Il Poeto en Cagliari. Estas semanas he tenido insomnios. De ahí las gafas para sol, tengo unas ojeras que parecen nidos de hormigas. Me siento acorralado. Estoy en un callejón sin salida, me despierto como a las dos de la mañana y ando por la casa. Los proyectos se me tuercen. He dejado de ir a jugar al tenis con el Fideo para hacer unos ahorros pero nada. Ya no bajo al bar para ver los partidos de la liga entre caña y caña porque me perdía la ira, además cada vez servían menos tapas y los camareros eran más antipáticos. Son ahorros o recortes pero que no me alivian. Encima el crédito rápido que pedí no puedo pagarlo, y el aval es mi suegro. Me han amenazado que van a venir a la casa los hombres del frac. Pum, pum, pum. Sería la ruina. Los vecinos no pararían de cotillear. Siento que en mi rostro se han dibujado unas gruesas arrugas y he perdido el cabello. En medio de esas tormentas y atronadoras percusiones enciendo otra vez el móvil y entra una llamada. Era Marta, mi hija, pai, pai que me esperaban para comer con los abuelos. ¿Era solo un mal sueño?

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