En el caso de los crímenes del Putumayo que representa una de las formas del capitalismo en la periferia (más crueles) hay un dato que llama la atención. Quienes sufrieron los vejámenes, torturas, maltratos no hablan. Hablan los otros. Se habla por ellos, en representación de ellos. Hay que enmendarlo. Hasta el momento no les han dado la palabra. Habla Roger Casement, el juez Valcárcel, el juez Rómulo Paredes, el fiscal de la tremenda Corte de Loreto, los mismos caucheros –que todavía tienen ventrílocuos. Pero los hombres, mujeres, niños y niñas, ancianos que sufrieron esos maltratos y asesinatos están con la boca cerrada. Tapiados por el tiempo, como si desconfiaran de la sociedad que los ha excluido o a que su palabra fuera feble de cara a los oyentes. Recordemos que en el proceso judicial del Putumayo el fiscal de entonces entre sus argumentos sostenía que ellos no eran personas. Y que por eso sus testimonios judiciales adolecían de credibilidad, estaban viciados. Pero desde entonces han hablado los otros. Hay ríos de tinta y librerías denunciando la sangría que ocurrió en la zona del Putumayo como consecuencia de la explotación cauchera a cargo de la empresa de Julio César Arana pero todavía no se encuentra la palabra del indígena (me parece que en Colombia se ha hecho algo en brindar la palabra a quienes sufrieron esas desdichas). En esta parte de la floresta hubiera que hacer un esfuerzo hercúleo en ese sentido. No es sólo llamar hermanos a los integrantes de pueblos indígenas que suena a voluntarismo malsano sino que hay que generar el contexto adecuado para que ellos y ellas puedan levantar la voz. Escuchar a las víctimas. En este sentido, hay un interesante proyecto que lidera Leonardo Tello Imaina, de Radio Ucaramara, en Nauta, que ha recogido el testimonio de los ancestros que recordaban las vivencias del período de la goma. Sería una de las maneras de darles voz a los ausentes.

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