La humanidad, en sus expresiones simples y complejas, ha logrado hacer frente a las vicisitudes tradicionales como el racismo, la desigualdad, el machismo e incluso a la mentira. Intento mantener el optimismo mío al recordar que, pese a los quiebres sociales de nuestros días, la humanidad nunca ha estado mejor que ahora. Pero, siendo más acucioso, se me hace difícil comprender ese enunciado con cada atrocidad (cometida por el hombre, ese ser “racional” que parece no darse cuenta de sus facultades) que escucho, leo u observo a diario en los medios de comunicación. Quedo siempre con una desazón, no sé si por los acontecimientos o por la presentación de las noticias.

Cualquier sociedad, como parte de su historia, ha experimentado el conflicto entre individuos, ya sea por intereses personales o, en otros casos, intereses colectivos, que ha generado distanciamientos sociales, esos que se convierten en trascendentales y ponen en peligro las relaciones amistosas y cooperativas entre las personas.

Ninguna sociedad, en nuestro país, en algún otro, es ajena a esta inquietud palpitante de aquellos, con visión humanista, que anhelamos futuros más prósperos y justos. Sin embargo, tanto como empeoran a ritmos acelerados las sociedades, lo que me tiene decaído es la posibilidad de que la transmisión de la información, a través de la investigación, con objetividad y principios éticos, desaparezca. El periodismo de investigación, ese eje fundamental en las comunicaciones alrededor del globo, tiene el riesgo de ser relegado tan fácilmente que las personas (no todas) no extrañaran su importancia y vitalidad en el cultivo de la verdad, la responsabilidad, el respeto, como valores éticos. Incluso, parece haber tantas causas de ese próximo e indeseado final, que me atrevo a otorgar responsabilidad única al ser humano, en cualquiera de sus condiciones.

Los géneros periodísticos, en especial la crónica y el género de opinión, presentados en los más diversos formatos (medios impresos y digitales, radio y televisión), siempre han tenido barreras y opositores mayores de las más comunes o extrañas dimensiones. Puedo considerar, para el periodismo, al igual con la literatura –otra de mis mayores pasiones interiores, que me ayuda a dominar las diferentes técnicas de redacción y narración, porque simplemente literatura y periodismo son independientes y complementarias – que:

“La religión fue, en el pasado, el más decidido a liquidarla estableciendo censuras severísimas y levantando hogueras para quemar a los escribidores y editores que desafiaban la moral y la ortodoxia. Luego fueron los sistemas totalitarios, el comunismo y el fascismo, los que mantuvieron viva aquella siniestra tradición. Y también lo han sido las democracias, por razones morales y legales…” (“Nuevas inquisiciones” – Mario Vargas Llosa, 2018,)

Pese a la existencia de estos villanos contextuales en cada época, en cada siglo, en cada pueblo, era posible combatir contra ellos y lentamente, como una muestra significativa de progreso cultural ha sido posible salir airosos en esas guerras —ese hecho suponíamos—, convenciendo a las autoridades sin distinción de sus dimensiones de poder, si un estado quiere tener un desarrollo en la producción del conocimiento (a partir del contacto, recolección, selección y análisis de la información) —y, ante toda última pretensión, una cultura en sí— intensamente creativa, debe demostrar su escondida capacidad de tolerancia, respeto y valoración en el campo de las ideas y las formas, algunas disidencias, discrepancias y excesos de toda índole. Formar sociedades de mentalidad abierta era el primer reto fundamental de todos los estados para lograr la realización primera en la población.

Por otro lado, ciertos y escasos grupos de nuevos comunicadores –en los que me incluyo–  pretenden estudiar, como otro reto fundamental, la propagación de la información a través del internet, ya que “vivimos en la era de la posverdad, donde lo cierto y lo falso se confunden de tal manera que conocer la realidad se antoja una misión casi imposible.” (Alberto Iglesias Fraga, 2017) No obstante, algo más valioso y profundo que saber sobre las operaciones y las causas de la llamada “posverdad”, existe una verdadera clave que está en estudiar y comprender cómo estas “fake news” alteran el estado de consciencia y la capacidad de los ciudadanos de pensar de forma autónoma.

En conclusión, teniendo en cuenta la interpretación social de Noam Chomsky en una entrevista para El PAÍS, quién sostiene que: “La gente se percibe menos representada y lleva una vida precaria con trabajos cada vez peores. El resultado es una mezcla de enfado, miedo y escapismo. Ya no se confía ni en los mismos hechos. Hay quien le llama populismo, pero en realidad es el descrédito de las instituciones, [lo que ha permitido el crecimiento de escepticismo en la población], obliga a que la labor que emprenda el periodismo, en especial en el Perú, como un reto fundamental mayor, tiene que estar dirigida en evitar que las grades “legiones de idiotas”, como los catalogó Umberto Eco a los oportunistas y destructores de la información, puedan acaparar la atención de la audiencia.