Tengo la sensación que llego tarde a las celebraciones o cuando el festejo se ha acabado y los asistentes al abandonarla comentan lo bien que les ha ido en el sarao. Me quedo con cara de circunstancias. Es un sentimiento que me abraza y que siempre me ha perseguido desde mi infancia, con frecuencia vuelve como un bumerán en el camino. He intentado bucear en esas tardanzas para las fiestas. En conversaciones con otros amigos y amigas me dicen lo mismo, esa es la sensación que les embarga ¿por qué esa impresión tan generalizada (pensando que era solo mía)?, ¿serán por los tiempos líquidos que vivimos y no sabemos leer la realidad con los respectivos trebejos? No he dejado de reprocharme de esa miopía o de esa falta de las gafas ajustadas para la observación. Esa turbación existencial, para llamarla de alguna manera, es la misma que se siente al entrar a una película que lleva unos minutos avanzada y que nos cuesta seguir el hilo de la trama, además de ir a buscar, al mismo tiempo, la butaca más confortable para verla. A veces, me pregunto ¿Es que acaso hubo esa fiesta o es una ilusión?, ¿no está sobrevalorada la fiesta o película de marras?, ¿todos han estado desde que se comenzó a pasar la película?, ¿fue tan buena como comentan las espectadoras? Caminas con estas pesadas preguntas sobre las espaldas. Poco a poco te vas dando idea de las dimensiones de lo que fue la fiesta o la película. Tienes retazos, chismes, pequeños relatos y artefactos, y así se va pergeñando la historia más redonda hasta más o menos tener una idea de lo que fue o pasó. Cuando la tengo casi lista suelo decir, tampoco era para tanto, lo digo para quitarle dramatismo y el fútil optimismo en que estaba envuelto. Es que vivimos en esa puñetera incertidumbre. Siempre tendremos esa sensación es porque entramos como intrusos a una historia o historias que se están contando desde hace tiempo.

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