Las pocas nueces  perdidas 

En una de las calles centrales de Huancayo se prohíbe usar el impertinente claxon: hay una multa en marcha contra el conductor o el chofer que viola la calma ambiente. En Lima, el distrito de San Miguel,  ha decidido combatir al insoportable  y perjudicial ruido producido por los aviones: en cada calle hay letreros y carteles que se oponen a ese atentado contra la salud de los unos y los otros. En otras partes de la tierra el ruido fatal ya no existe debido a vetos, prohibiciones, el respeto al otro que no es el infierno. En Iquitos, una de las urbes más ruidosas de todos los mundos y los universos descubiertos y por descubrir, se acabó la campaña contra esa lacra. Al parecer.

La campaña tuvo mucho ruido y pocas nueces, por así decir. Bastante ruido para nada, se podría seguir calificando esa ausencia.  Hay ahora un vacío en el ambiente nuestro, hay la  misma indiferencia general contra ese mal moderno.  No se escuchan las declaraciones enconadas, ni se leen gallardas crónicas, ni se asiste a la implantación del silencio cívico como medida inicial para acabar con el ruido. El ruido se impone en las parrandas semanales, en el infernal tráfico de todos los días y las noches. Hay una derrota en el aire, en las pistas, en la tierra donde vivieron nuestros ancestros.

Esa derrota no es de ahora. Es de hace décadas. Cuando apareció el terrible, temible, brutal, claxon, justamente, se levantaron voces contra ese ruido. Un escriba demostró que ese pequeño ruido de entonces era dañino para la salud. Nadie hizo nada. El mal ahora es mucho mayor y más dañino y nadie toma a ese toro por las astas o por el rabo. Y así como están las cosas corremos el riesgo de acabar atrapados y sin salida por la plaga del ruido de antes y de todavía.