La urbe de las artesanas

El nada gallardo militar erotizado, don  Pantaleón Pantoja,  no fue el primero que anduvo entre burdeles, frecuentó el equívoco placer del meretricio y vivió de la prostitución en estos predios boscosos. Pero ese  uniformado, sin querer o queriendo,  se convirtió en un modelo que se repite en calcos manidos y fotocopias por doquier. La crónica aparecida en “La Razón” de España, titulada Iquitos, la ciudad prostíbulo, redactada por Angel Sastre, parece salida de las burdelescas páginas de la novela del nobel  peruano. Los forasteros, de este país y de otros reinos, encuentran su salsa en ese tema específico. Escritores bien intencionados y reporteros intrépidos, se ceban allí, machaconamente, reiteradamente, en el oficio más viejo del mundo.

Las últimas novelas ambientadas en la patria de las marañas, las que vinieron después del capitán sexualizado, no se apartan del  burdel ni de la prostituta. En “La orquídea del paraíso”  de Enrique Planas, en “El señor de los caimanes”, de Santiago Roncagliolo, en alguna obra inédita que hemos leído, el meretricio es clave. Los reportajes de última hora también se nutren de esas miserias que hay en cualquier parte. Hasta en Madrid. Nadie puede negar que la prostitución en sus tantos matices existe en nuestra ciudad, en la Amazonía. Desde los nada dorados tiempos del caucho, ese oficio perturba la vida social. Pero eso no hace que seamos una urbe burdelesca como se dice en el título del reportaje que comentamos.

El escriba español, como los  novelistas y reporteros de marras, no pastan muy lejos. Andan por una senda trillada. Van a los mismos lugares. El malecón, la discoteca, Belén. Si el señor Angel Sastre hubiera caminado una cuadra escasa de donde “investigaba” la prostitución infantil, se hubiera encontrado con otro tipo de mujer selvática. Escribimos sobre las diligentes, laboriosas, infatigables mujeres que le sacan la mugre al perenne deterioro cotidiano. Escribimos sobre las damas shipibas. Vestidas coloridamente, trabajando siempre en sus obras manuales, podrían ser el otro paradigma, el de un Iquitos como ciudad de las Artesanas.